La Alhambra de Granada, con sus jardines y sus fuentes de relajantes y frescos depósitos de agua.
Al calor de unas copas de vino, con un buen amigo español este columnista compartió recuerdos inolvidables de su patria lejana, en especial de Córdoba y Granada, las dos ciudades que tuvieron la mayor influencia musulmana en su historia: Córdoba por su Mezquita, y Granada por la Alhambra.
Córdoba está a la orilla del Guadalquivir, y mi amigo afirma que Lucio Anneo Séneca, el gran filósofo, nació allí, y que hay una estatua en su memoria en la Plaza de San Antonio, que es el centro de la judería y el corazón de la ciudad. También me dice que Séneca fue Cónsul de Roma y tutor de Nerón, a quien le ordenó suicidarse.
El flamenco, dice, es la expresión más genuina de Andalucía, y en él se combinan guitarra, voz, canturreo, danza, palmas, y los quejidos que son un eco del grito del muecín con un matiz judío.
La Alhambra de Granada es un soberbio conjunto de edificios y jardines. A la sombra de la misma hay una calle famosa porque en ella vivieron dos grande hombres: En una, Manuel de Falla, con Carmen, y allí compuso “Noche en los Jardines de España”, “El Amor Brujo” y “La Danza del Fuego”. Cerca de esa casa vivía el escritor Pio Baroja, y más adelante, Theofilo Gautier. Federico García Lorca visitó en una ocasión la ciudad, y Manuel de Falla le ofreció una cena.
Al Sur de Sevilla hay una región extraña conocida como Las Marismas. Es una enorme extensión de tierras sumergidas dos o tres pulgadas bajo el agua, donde crece el zacate. Hay allí varias ganaderías, y la más importante es la llamada “De Concha y Sierra”. De esa ganadería, en una corrida en Madrid celebrada el primero de junio de 1827, un toro llamado “Barrabás” cogió al matador Manuel Domínguez, corneándolo debajo de la barbilla. El toro le enterró después uno de sus cuernos en el ojo derecho, sacándoselo. Todos creyeron que Manuel moriría, pero tres meses después se había restablecido del todo. Cuando volvió a torear, pidió que los toros fueran de Concha y Sierra, y que se sepa, fue el primer torero tuerto de España.
Mi amigo, que también tiene algo de chef, me dijo cómo preparar el famoso flan español, que es una delicia. Es así: Se pone una cucharada de azúcar en cada uno de moldes individuales que se vayan a hacer, y se colocan al fuego, retirándolos cuando la azúcar está a punto de caramelo.
Por separado, se baten tres huevos completos y se les añaden tren yemas más, un poquito de ralladura de cáscara de limón, una cucharada de azúcar, y leche. Esta mezcla se distribuye en los moldes, que se ponen en baño María a fuego bajo. Cuando la mezcla se ha convertido en gelatina, los moldes se llenan con dicha mezcla, y se meten al horno hasta que se dora la parte superior. Se sacan, y se enfrían en el refrigerador antes de vaciarlos en un plato y se sirven. Es un postre delicioso.
Bueno, la plática fue de tal manera estimulante que despertó nuestro apetito, y mi amigo me propuso que hiciéramos el famoso flan. Nos pusimos a trabajar como los mejores chefs de Europa, y aunque el resultado quizá no fue de cinco estrellas Michelín, sí alcanzó tres.
Al buen vino, a la animada plática, y al delicioso flan español preparado por nosotros mismos, siguió una taza de aromático café.