Una casa típica alemana en Fredericksburg, con su terraza al frente y cómodos asientos para descansar.
Si quiere usted ir a Alemania no tiene que cruzar el Océano Atlántico: basta con ir a Texas, y a pocos kilómetros de San Antonio hay cuatro pueblos germanos donde se mantiene vivo todo lo relacionado con el mundo alemán.
Festivales como el tradicional Octoberfesk que se celebra en Berlín, y otros conocidos y muy animados como Sangerfets, Shutzenfests, Weinsfests y Kinderfests se disfrutan bien, así como el poder admirar los trajes típicos de distintas regiones de Alemania que visten hombres y mujeres en su vida cotidiana, saborear la rica y abundante comida alemana, beber sin apuros la espumosa cerveza, y gozar del ambiente y la cultura del país de Goethe: todo está allí.
Los cuatro pueblos de Texas son Fredricksburg, Nueva Braunfels, Berghem y Boerme, todos ubicados en una zona de bajas colinas, cerca de los legendarios ríos Pedernales y Saba, y entre fértiles valles con características muy semejantes a la tierra germana.
Los alemanes de estos pueblos llegaron a Estados Unidos a mediados del Siglo XIX, huyendo de represiones de su gobierno, y encontraron en el centro de Texas las tierras que más se asemejaban al suelo alemán. Las compraron, se establecieron en ellas, y construyeron sus casas.
Como todos los colonos, sostuvieron peleas con los indios comanches que habitaban en la región, pero al final lograron vivir en paz y apegados a sus costumbres de origen.
Curiosamente, por estar en territorio de indios y cowboys, muchos alemanes también usaron al principio la vestimenta y usos de los vaqueros del viejo Oeste, pero poco a poco recuperaron su verdadera identidad.
Y así, no es raro encontrar todavía a viejos germanos con sombrero tejano y botas, sentados en terrazas y parques hablando sólo alemán. Son, como ellos mismos se nombran, los cowboys alemanes.
De los cuatro pueblos, Fredricksburg es el más importante, y en sus restaurantes, junto a los típicos platillos de barbacoa y chili tejano, están los de ricas salchichas y embutidos, hamburguesas, la col morada, el pan negro, una rica variedad de carnes frías, el peligroso kirsch, que es un aguardiente que se obtiene de la destilación del jugo de cerezas, y el strudel de manzana, un delicioso postre muy alemán.
La zona alemana de Texas fue una idea del príncipe Carl de Solms Brunfels, quien dio característica y ambiente a dichos pueblos según se fueron fundando. En Nueva Braunfels, por ejemplo, está uno de los parques de agua más grandes de Estados Unidos, con toboganes que rodean un viejo castillo germano.
Fredricksburg fue el refugio de artistas, pintores, poetas e intelectuales, y la vida allí transcurre entre diversos centros de tipo cultural. Su fundador fue el Barón Ottfried von Meusebach, quien consolidó la estabilidad del pueblo gracias a un obsequio de varios miles de dólares que dio a los comanches, valiéndose de un intérprete.
Por ello es que, el segundo sábado de mayo se festeja en dicho pueblo el Día del Fundador, con desfiles, un acto simbólico en el que fuman la pipa de la paz indios comanches y alemanes, y una gran fiesta popular con bailes alemanes como la polka, y bailes texanos, varias bandas de música, y grandes cantidades de comida y cerveza.
Los cuatro pueblos reciben cada año a miles de visitantes que van a divertirse a sus festivales, a disfrutar ricos y variados platillos, y quienes encuentran hospitalidad, cómodos y baratos hotelitos con espléndidas comidas, y un ambiente que los transporta sobre el Océano Atlántico y los lleva al corazón de Alemania.
Y también, en la visita que hacen a esos pueblos alemán texano, pueden escuchar las bandas típicas de música, al artista que toca con maestría el acordeón, ver escenas tan olvidadas pero siempre presentes como el cilindrero, la banda en que predominan los instrumentos de percusión, los trajes de pantalón corto sostenido por tirantes, medias, y sombreros con una pluma en la copa, algo tan legítimamente alemán: Un ambiente muy germano con un toque del viejo Oeste.