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CRÓNICA DEL OJO/AL HOSPITAL

MIGUEL CANSECO

Todo empezó como un dolor de barriga de arrancarse los pelos. De pronto tenía una panza como de tres meses. ¿Traía gastritis? ¿Estaba embarazado de un Alien? Yo seguía retorciéndome. El primer diagnóstico señalaba que nomás estaba haciendo teatro. Una segunda revisión concluyó que el asunto era más serio y en menos de lo que México pierde una medalla ya estaba en el hospital. Pancreatitis, dijo el médico. De volada me metieron tubos por la nariz hasta la panza, oxígeno, suero, en fin. Como suele pasar en el hospital uno es despojado de sus derechos: te encueran y te ponen la bata aquella de mostrar la raya del trasero, te ponen en silla de ruedas y clavan el catéter con suero. En una hora pasé de ciudadano a mero bulto. De ahí vinieron unos días algo surreales. Me dieron un bote de plástico para hacer pipí, mismo que rechacé (¿yo, Miguel Canseco, haciendo pipí en un bote en plena cama?) aunque después el bote se convirtió en mi mejor amigo (algo así como el Wilson de la película del náufrago). Me sacaron sangre que dio gusto (¿pa qué tanta? ¿Tendrían un orfanato de vampiros? ¿Harían llaveros encapsulados?) y por la tele vi pasar las olimpiadas mientras el tubo de la nariz drenaba una sustancia radioactiva. Cada que prendía la tv pasaba lo mismo: ganaba Phelps, perdía un mexicano y un chino levantaba pesas descomunales. Una noche de plano me pandié y pensé que la muerte estaba al otro lado de la puerta (recomiendo a los que como yo, son fanáticos del cine de terror, no caer en hospitales porque de verdad se te aparece Juan Dieguito). Pasaban enfermeras, unas delicadas que inyectaban cual leve piquetillo de moyote y otras de a tiro neandertales que parecía que le metían a uno un rayo de bicicleta por la vena. Y es que estar en el hospital es como irse de vacaciones pero en malísima onda. Digo, tienen el cuarto muy mono, limpian, tienden la cama, te llevan de comer, van todos uniformados, vaya, una chulada. Pero si en un hotel uno mete las patitas a la alberca aquí a uno se le hacen las patitas de hilo entre la sangre, el suero y los piquetes. Pura sufridera, no como las de José Alfredo, deprimido junto al tequila, aquí sí está de a devis el dolor y la incomodidad. Ya lo dijo Cioran: “sólo existen los dolores físicos”. Entre peras y manzanas de los males el menos. Parece que mi pancreatitis estaba al nivel del olimpismo mexicano, es decir, bastante pobrecita y aunque peligrosa, se pudo superar sin demasiadas dificultades. Ahora ando con dieta muy controlada, comiendo lo mismo que un periquillo verde. Así que mientras Bolt corre los cien metros en diez segundos yo tardo lo mismo en tomarme mi pastillita de Omeprazol. Cada quien sus triunfos. Fue un calambre de los buenos, o al menos el mayor susto que he tenido hasta el momento. Después de todo, es recomendable caer y ver que sí, efectivamente, uno está aquí, como diría Arreola, en la infantería de la vida, donde se puede caer por una u otra causa. Por eso es menester ubicar los afectos y saber dónde van los amores. Saber quién es uno, tanto para sí mismo como para los demás. Gabriel Celaya lo dijo de manera más diáfana: “Cuando se miran de frente los vertiginosos ojos claros de la muerte, se dicen las verdades: las bárbaras, terribles, amorosas crueldades”. Gelatinita en mano, recuperándome del susto, pienso, por qué no, en los confines de la vida.

PARPADEO FINAL

Debo agradecer la generosidad de Laura, de los amigos y amigas que bueno, afortunado yo, si los mencionara a todos habría puros nombres y cero columna. A la bruja hermosa, que viéndome amarillo tuvo la lucidez de llevarme al hospital justo a tiempo, sólo me queda dedicarle, como diría Marisa Monte, una “samba sobre o infinito”. Sea pues, salud a todos, yo incluido.

cronicadelojo@hotmail.com

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