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Crónica del Ojo / AMÍGDALA BAR

Miguel Canseco

Con el cerebro, dicen los que saben, pensamos que pensamos. Ésa es una neta. La otra es que a veces uno no sabe qué está pasando: el mundo sigue ahí pero uno es distinto, la mente se proyecta contra la realidad, la tizna de infelicidad o la endulza con alegrías gratuitas y espontáneas. Un poeta japonés lo dijo de manera elegante: “¿El mundo es así, o sólo por mí se ha vuelto tan triste?”. Hablo de esto porque desde noviembre pasado no doy pie con bola, o mejor dicho, la bola da en todas partes menos en mi pie. Todo lo que había calculado cambió, las decorosas oficinas de mi pensar se invadieron con fauna salvaje, que no entiende de razones. A veces es jolgorio y otras golpiza. Confirmo en carne propia lo dicho por el neurobiólogo Gerald Edelman: “El trabajo de un cerebro se parece más a la ecología viviente de una jungla que al proceder de una computadora”. La razón brinda un equilibrio sustancial pero tentativo al mundo. La lógica, según, Ambrose Bierce, es sencillamente el acto de razonar en estricta concordancia con las limitaciones e incapacidades de nuestra falta de entendimiento. El pensamiento es una construcción. Un esquema que parte de la sensación. Y aquí se pone sabroso el asunto, porque de la sensación viene una reacción que altera al ser en mayor o menor medida: la emoción.

Así que su servidor, que se había procurado un jardín mental más o menos podado de pronto se vio enredado en lianas, metido en pantanos pero también seducido por nuevos aromas, aguijoneado por dolores desconocidos. Esa es la emoción. El que me la hace la paga, digo yo, y como buen mexicano busco al culpable para partirle el hocico. Busqué en los libros y en Internet, hasta hallar a la culpable de mis desgracias: la amígdala. Metida en el fondo del cerebro, compuesta por núcleos de neuronas, se encarga justamente de controlar las emociones. Si el cuerpo es un mundo (con sus zonas sagradas y áreas profanas) la amígdala viene siendo la cantina. Ahí se sirven los tragos más fuertes: dopamina, Noradrenalina y adrenalina, las sustancias que nos hacen correr, reír o llorar. El cerebro se divide en la lucha entre amígdala y corteza cerebral, una controla las emociones, la otra la razón. En ese toma y daca está la salud mental. La corteza es la escuela, la amígdala es la barra que brinda los tragos químicos para sobrevivir. Cuando la borrachera se pone fuerte, la corteza sucumbe junto con el individuo. Bien lo dijo Buda: “todo depende de la sensación así que mejor córranle al nirvana o se los carga patas de hilo” (bueno, no lo dijo así pero yo lo entiendo de esa manera). Y si uno anda comiendo mocos, sopas, se cruza aquella personita y uno se enamora o se le rompe el corazón y vuelve la burra al trigo. Y la amígdala, abierta las veinticuatro horas en barra libre sirve que sirve pistos para hacer más maciza la experiencia. Cuantos datos curiosos uno halla en medio de la desesperación. Y es que cuando está dura la pamba vienen las revelaciones: “You lose your grip, and then you slip, into the masterpiece” dijo el maestro Leonard Cohen. O dicho de otro modo, uno tropieza con las emociones y se da sentones de dios padre, que invariablemente llevan a nuevos conocimientos. Si como yo andan perdidos en la amígdala bar and grill aprovechen la sesión y disfruten de las imágenes y las palabras que brotan potentes y silvestres en medio del derrumbe de la razón.

PARPADEO FINAL

¡Apreció Salinas!, más pelón, fresco, evasivo, con el destello maligno en la mirada. Es un villanazo, podría traer a Darth Vader de chofer. Ahora que andan las sagas de súper héroes estaría bueno verlo echarse un tiro con Iron Man o Hulk, seguro que los deja en la calle y termina adueñándose de su franquicia. Aguas, que regresó el que andaba ausente.

cronicadelojo@hotmail.com

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