¿Qué pasó en el “Big Bang”? ¿De qué está compuesto el universo? ¿Dónde se encuentra la antimateria? Son contrastantes las preguntas de los científicos del primer mundo con las mías: ¿Cómo pagaré la renta? ¿Ya me cortarán el teléfono? ¿Me quiere o no me quiere? Comparativamente, las primeras preguntas proporcionan un material más valioso para la reflexión. Recuerdo la profunda angustia existencial que me causaban los viejos programas de televisión de Carl Sagan, donde analizaba la estructura del universo. Un episodio no se me olvida: Sagan trazaba una línea del tiempo, desde el Big Bang hasta el hombre. La escala de tiempo que ocupaba la especie humana era francamente miserable. Obviamente, en ese contexto, una vida humana sería un genuino suspiro. Ni modo: nos toca observar el cosmos desde este efímero balcón. Por eso, en una cotidianeidad gris como la mexicana, donde las malas noticias parecen apilarse y la bronca parece no tener fin, de pronto saltan noticias que gratamente captan mi atención como la del Gran Colisionador de Hadrones o LHC, un acelerador de partículas de 27 kilómetros y que costó la friolera de seis mil millones de euros. El objetivo de este gigantesco proyecto es responder a las preguntas que reproduje al principio de este artículo y encontrar al elusivo bosón de Higgs (que según leo es una partícula cuya existencia no se ha comprobado y de salir a la luz comprobaría el origen de la masa de otras partículas) y de paso crear incluso micro agujeros negros. Todo el planteamiento me suena fantástico pero seré franco, le entiendo muy poco. Sé que me emociona que los gobiernos europeos inviertan fuertemente en la ciencia, que ha traído más beneficios que otra cosa. Ante los postulados religiosos o las creencias tradicionales, el hombre opone una muy sana necesidad de entender el mundo desde su razón y de manera metódica. Así, el LHC representa un hito en este proceso de comprensión del universo que nos rodea. No seré de aquéllos que dicen estudiar “mecánica cuántica” nada más porque vieron bodrios como “¿Y Tú Qué Sabes?” o “El Secreto” películas bastante tendenciosas y reduccionistas. Es decir, para saber mecánica cuántica se deben tener sólidos conocimientos de matemáticas y física, que el común de los mortales no tenemos. Así que nos conformamos con los trabajos de divulgación científica, que los hay de todos colores, desde los analíticos que comparten y aterrizan este complejo conocimiento hasta los engendros comerciales como las películas antes mencionadas que empiezan hablando de ciencia y terminan apelando a Dios. El LHC, si entiendo bien, no va a descubrir al creador. Sabemos que el universo se expande, pero no sabemos por cuánto tiempo. Pero se cree que hay una cantidad de materia invisible que podría detener este proceso. Así, el cosmos estaría sujeto a la contracción y expansión, es decir, el Big Bang sería sólo un inicio precedido por un estallido anterior. Un morir y renacer sin fin. Pero eso es lo que sé o creo saber. Soy al fin de cuentas, un peatón medianamente que vive conflictuado porque no se conforma con la ciencia light y también está consciente que el rigor de la ciencia actual le es ajeno. Por ello, pepeno conocimiento aquí y allá. Saber cómo inició el cosmos, de qué estamos hechos... es fantástico. Pero ese saber también atemoriza, por aquello de ser conscientes de nuestra infinita pequeñez. Sagan planteaba un magro consuelo a esta crisis existencial: los procesos cósmicos duran miles de millones de años y la raza humana tendrá tiempo de hacer muchas cosas buenas antes de extinguirse junto con las estrellas. Gulp. Y ni modos, a apechugar dijo mi abuela.
PARPADEO FINAL
Y aunque el universo infinito fascine y a la vez atemorice, es sano leer e informarse de estos logros de la mente humana. Porque apenas bajamos la vista a esta tierra y se nos inunda el changarro y los polis se matan entre ellos. Cruda realidad la nuestra, caray.
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