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Crónica del Ojo / CAMBIO DE PIEL

Miguel Canseco

Hay quienes dicen que todo el universo está conectado por infinitos hilos invisibles. En ese orden de ideas debe haber un puente entre la muerte del padre Maciel (que a decir de muchos era como Michael Jackson en mala onda), las elecciones en Estados Unidos y el extravío de mi teléfono celular. En un cosmos tan vasto nada es imposible y probablemente, haber tirado el teléfono en una estación de autobuses es parte de las señales que dan forma al Apocalipsis. De hecho creo que el fin del mundo empezó en mi cuadra, en la zona centro, donde están excavando cada calle, yo creo, en busca del anticristo. La cuestión es que no hay agua, los maestros de chaleco naranja dan lata todo el día y las casas están bajo un metro de polvo. No me desvío y regreso al candente tema: perdí mi celular con teléfonos de todos los amigos, con mensajitos reveladores, puntajes altísimos en los juegos y un tono de mi invención. Cacharro plateado de noble plástico, de ésos de trescientos pesos con lo mismo de tiempo aire. Orgullosamente mexicano, supo caerse de segundos pisos, mojarse, ser pisado y aún así sobrevivir. Se le desprendió un área interna del teclado de plástico así que había que apretarle con fuerza para apagarlo aunque a veces se apagaba solo porque tenía la pila floja. La parte alta estaba raspada por mis dientes, ya que me dio por morder el celular en cuadros de nerviosismo. Pequeño, golpeado, austero, barato pero funcional, vaya, igualito al dueño. Como todo objeto es una suerte de espejo y eso lo hace único. Tal vez por eso el arte actual ha hecho de los objetos un fetiche, un género sólido que parte del inmenso poder que da la pátina de lo cotidiano. El objeto, sin pretender nada, va recogiendo los golpes del tiempo, se funde con su dueño y termina siendo una metáfora de él, se vuelve, entonces, identidad: aquello que nos hizo, que nos hace, lo pasado y el presente fluctuando. Mi triste teléfono podría estar en un museo del futuro, como vestigio tecnológico pero también podría exhibirse en una galería de arte moderno, así, tal cual, sólo es cuestión de saberlo presentar. Si hay artistas que presentan su orina o heces como obra, entonces vaya, presentar un celular puede ser incluso conservador. En fin. Perdí el celular en el momento justo: en medio de un doloroso pero necesario reajuste vital. Mi nuevo teléfono es más o menos el mismo modelo aunque un poco más fresón y caro. En fin. Se avecina también una mudanza, la adquisición de un auto. La rueda gira: veo cómo aquello que consideraba impensable hace cuatro meses es posible hoy (para bien y para mal) y con asombro y angustia veo cómo el tiempo sigue generando sorpresas. Doblado sobre mí mismo, como serpiente, cambio de piel. En el trayecto quedan varios objetos perdidos, afectos ajados, sonrisas congeladas en un tiempo ya pasado. La vida, efectivamente, se puede reconstruir a partir de un objeto. No hay asuntos banales para los que gustan de sacar el hilo de la madeja. Si encuentra alguien mi celular antiguo no me lo devuelva. Trato de cambiar las cosas pequeñas, mientras las grandes, aún en plena revuelta, encuentran su sitio.

PARPADEO FINAL

Y dale. No salgo de la postración. Agradezco el último mail que dice lacónicamente: “ya no eres chistoso”. Hombre, lo lamento. Ya vendrán los chistoretes. Por lo pronto queda esta crónica más, en un jueves de febrero de un dos mil ocho que hasta el momento, ha dejado sentir su rigor sobre mis huesos. Ya pasará el chubasco.

cronicadelojo@hotmail.com

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