¡CUAU EN TORREÓN!
Esto, no cabe duda, nos convierte en la meca de las artes y la cultura a nivel nacional. No tuvimos que esperar a que se abrieran más museos ni teatros, nos ahorraron el desánimo de sabernos, como diría Vasconcelos, tan lejos de las artes y tan cerca de la carne asada. Que nadie tilde a la Comarca Lagunera de región donde sólo se da leche y llueve arena: Cuau, lo más puro y decantado de la filosofía tenochca está entre nosotros. El sólo hecho de escribir Cuauhtémoc Blanco atemoriza: como el defensa de San Luis, su sola presencia impone y uno tiende al auto gol. Pero abordaré en este restringido espacio algunos puntos que me parecen importantes. Uno, Cuau es un naco. Lo sabemos, lo padecemos y eventualmente (de manera culposa o abierta) lo disfrutamos. Ya sea el por el zape a Faitelson o por sus festejos de meada de perrito. No posee elegancia alguna pero hace de ello una virtud, refrendando así la contundente máxima : “Ser naco es chido”. Dos. La cuautemiña es atroz. Sin gracia, antiestética, cacofonía de la danza, miseria de acrobacia. Pero la hizo en un Mundial (donde se bailó sabroso a los coreanos) y toda repetición es bienvenida. En la triste y desmañanada cuautemiña está encerrado el ánimo de superación del mexicano jorobado por las circunstancias. Me emociona ver la cuautemiña tanto como amo a este país a pesar de su debacle. Tres. Dicen las malas lenguas que Cuau gusta de golpear a las mujeres. Allá él si quiere refrendar lo peor del machismo. Pero sus conquistas son legendarias y visualizarlo en un table dance es algo sencillo. Los amores de Cuau no son cualquier cosa: Galilea (gloriosa exhuberancia de mercado) y la Nacha Plus (de la cantera de Brozo). Cualquier comentario adverso a la vida amorosa de Cuau es producto de la más insidiosa envidia. Visualizar su vida erótica es otra cosa: las chicas son esculturales pero algo me dice que Cuau es de aquéllos que saltan en trusa y ahí sí se vuelve apocalíptico el asunto. Cuatro. Por sus venas correrá siempre la pesada sangre del Club América. Jamás festejaré un gol de las Águilas por todo lo que representan: televisión, enajenación, poder. Ser anti americanista es el umbral de una genuina salud mental. Pero cada hombre encuentra su nicho y es únicamente en las odiosas Aguilas donde Cuau halló su nido. Odiarlo, entonces, es un genuino placer. Para los americanistas Cuau será por siempre el talismán que hace cachitos el hígado ajeno. Cinco. Cuau, en suma, es un genuino ídolo popular. De esa extirpe divina del Púas Olivares, rara avis que pega en el corazón, la mente y el estómago del público. La raza delira a favor o en contra de él. Los intelectuales tienen mucho que escribir tomándolo como síntoma de una mexicanidad colorida e insolente. Pero hay algo que no se duda. En sus pases certeros, inesperados, está encerrado lo mejor del fútbol: el cálculo y la invención que saben a calle, la mezcla de la malicia del barrio con la técnica profesional. Cuau es un jugador de los grandes. Un personaje realmente memorable. Tenerlo en Santos Laguna da algo de comezón pero es una experiencia excepcional. Disfrutemos mientras dura la presencia de un mexicano, que para bien o para mal ya está bañado en el bronce de la historia.
PARPADEO FINAL
La emoción está en lo imprevisto. En ese aspecto, los fascinerosos creativos, en las artes y en el deporte serán siempre bienvenidos. Que el talento con la pimienta altanera es taco de cardenal.
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