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Crónica del Ojo / DESVELADAS

Miguel Canseco

El Siglo de Torreón, casa generosa que cobija a éste que escribe, se vuelve contra su propia prole. El martes, en la sección cultural, salió una foto de su servilleta. No fue nada halagadora: me captaron con taciturno gesto dipsómano. O dicho en otras palabras, con vil cara de teporocho. Andaba desvelado, nada más. Y es que hay varios Migueles a lo largo del día: el matutino, que se gana el pan, el vespertino que tiene hambre de perro, el nocturno, tardío estudiante de psicología y a últimas fechas surge un Miguel de madrugada que ha resultado ser por mucho, el más interesante. Desde mi adolescencia no me desvelaba tanto y he redescubierto los poderes del trasnochar. Ya encontraré el tiempo para reseñar todo lo que la noche me ha regalado. Por ahora comentaré el porqué de la desvelada crónica de esta semana. La historia es truculenta y empieza con un ruido seco, en mi mini patio. De lo alto de una barda y dando mortal trancazo contra el cemento, cayo un gato bebé. Ahí se quedó, muertillo. Eran las dos de la mañana. No tuve el ánimo de recogerlo en ese momento y regresé a la cama. Unos minutos más tarde una gata daba lastimeros aullidos en torno al cuerpecito. No pegué el ojo hasta las cuatro. En la mañana recogí el cuerpecito y lo metí en una caja de zapatos: estaba invadido de hormigas. Lo tiré. Hacia las tres de la tarde, maullidos desesperados vinieron del mini patio. Ahí estaba otro gato bebé. Tirado, con sangre que manaba de la nariz y el ojo. Las patitas tenían las uñas desprendidas: se había caído igual que el otro y en el trayecto trató de pescarse de algo. Lo puse sobre un cartón (las méndigas hormigas ya habían empezado a atacarlo). Me desesperé. No me gustan los animales y supongo que más de uno lo habría tirado por ahí, pero el gato bebé remordía mi conciencia. Pero dicen que las penas con pan son buenas y pensé que algo de leche podría ayudar. Así que decidí salir en busca de una mini mamila de juguete o un gotero o algo con que alimentarlo. Salí al súper y no hallé nada. Al regresar, ningún ruido. Fui al patio y no había nada: el gatito se esfumó. No podía caminar, así que seguro se lo llevaron. Pensé de inmediato en el equipo swat de gatos al rescate, bajando con lianas por la pared en una operación rápida, peligrosa pero efectiva. A lo Ingrid Betancourt, la onda. Después, por supuesto, la rueda de prensa donde el gato líder diera parte del estado del gatito herido: “ah, em, sí, aprovechamos la salida del humano para rescatar al chico... ohm, sí, el pequeño está herido pero se recuperará... mh, next question, please” flashes, micrófonos, transmisiones en vivo. Ok. Lo más seguro es que su mamá vino por él, lo cual es no menos emotivo. Madre irresponsable porque eso de criar gatitos en la azotea está grave. Un pendiente menos para mí. La noche siguiente se descompuso el aire acondicionado y no pude dormir porque sonaba como si tuviera una motocicleta incrustada en la pared. Apagaba el asunto y me moría de calor. Una friega pues. Y después, rueda de prensa y la foto que revela el lamentable estado de Miguel Canseco. La cara de muerto fresco es elocuente. Así han sido mis noches, por luz o por sombra, no logro pegar bien la pestaña. En fin, salud por el gatito sobreviviente. Yo seguiré dando lástimas, es el costo de ser un discípulo de la noche.

PARPADEO FINAL

Tantas cosas importantes y uno hablando de gatos. Pero la vida diaria tiene sabor. Hace unos días falleció el entrañable poeta Alejandro Aura y dejó en su blog un recuento de cotidianeidades. En su caso, la crónica está marcada por la presencia del cáncer... Pero su trinchera de batalla fueron las cotidianeidades que en su pluma se hicieron más humanas. Y es que en esos discretos desvelos se filtra el sabor de una vida.

cronicadelojo@hotmail.com

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