Hace un par de semanas, Blue Panther perdió la máscara y el asunto me dolió en el alma. Cierto es que su contrincante, Villano V (dentista de profesión), es un veterano del ring, pero Panther era una figura entrañable para un servidor. Mi desolación sólo se comparó con aquélla que sentí hace ya varios años cuando perdió la tapa cien caras y se reveló como Carmelo Reyes. Casi treinta años de mí vida he pasado al tanto de la lucha libre. También me he fumado todos los mundiales desde el 82 y he vibrado con los triunfos y caídas de mis pumas y por qué no, brinqué como loco cuando el Santos (del cual soy fanático adoptivo) se coronó este año. Como el fútbol y la lucha, la cumbia, la Sonora Santanera, Rockdrigo y todas las variantes de garnachas callejeras viven en mi alma. ¿A dónde voy con esto? No quiero jugar de autóctono, pero estos gustos y viejas aficiones forman parte de mi educación, del crecer en las inmediaciones del mercado de Mixcoac. Quiero decir que aún con la más fina cirugía, la vena naca jamás podrá ser extirpada y aunque he resanado el espíritu con centenas de libros y pulido la oreja con refinada música, algo del áspero origen se revelará. Ya me lo dijo una señora (y lo tomo como halago): “pues si no eres tan corrientito”. Tal es mi vida. Pero otras historias dan esa envidia sabrosa. Nacer en la cúpula social no es sinónimo de refinamiento y el dinero no siempre compra la educación (si lo sabremos en Torreón). Pero si los humanos nos distribuimos en pirámide existen quienes nacen la cúspide y ahí se quedan, en una vida dedicada al puro espíritu. Balthasar Klossowski de Rola (1908-2001) mejor conocido como Balthus, el gran pintor, fue uno de esos seres que pasó su existencia en la cúspide. Y es que en un siglo de vanguardias es un oasis encontrar un personaje así. Cuando los pintores rompían con la forma, él regresaba a ella tomado de la mano del maestro renacentista Piero de la Francesca, a quien emuló en el dibujo exquisito y los colores mesurados y perfectamente balanceados. Balthus encontró una forma de pintar cosas no enunciables: el silencio, el viento, la tensión erótica, la perversidad velada, la luz... Rainer María Rilke, uno de los grandes poetas del Siglo XX, fue su primer gran amigo. La actividad de Balthus abarcó todo el Siglo XX. Se formó con el gran Pierre Bonnard, fue admirado por Matisse, amigo íntimo de Giacomettí y Albert Camus, cortejado por los surrealistas y siempre apoyado por su más incondicional admirador, Pablo Picasso. Inmerso en las élites culturales tuvo también la gracia (muy aristocrática) de tender sobre sí mismo un halo de misterio. Balthus fue un conde suspendido entre el enigma y el glamour de un rock star. Pero ante todo, fue un pintor único y de altísimo nivel. Quedan para la posteridad sus inquietantes retratos de adolescentes, su mundo pictórico plagado de enigmas y preguntas sin resolver. La atmósfera de sus cuadros es, en sí misma, seductora. Hombre, suerte haber nacido, como Balthus en el tiempo y el lugar correctos. En el fondo, en esa vida plena, se esconde una noción clara de trascendencia, una sabiduría que se manifiesta con discreción, una genuina fe que permea sus cuadros, testimonio de un temperamento taciturno y filosófico. Sea éste un pequeño homenaje de un servidor, plebeyo de las artes, para el Baltasar Klossowsky, príncipe de los artistas. Si quieren unirse al homenaje, es sencillo, busquen Balthus en Internet y será para ustedes, estoy seguro, una muy grata sorpresa.
PARPADEO FINAL
¿Escuché plomazos anoche por mi casa? Vivo cerca del Constitución y estoy seguro que a la una de la mañana sonaron tabletazos de ametralladora. O será que alguien estaba colgando un cuadro en su casa y mi neurosis hizo lo demás. No sé. Lo cierto es que la paranoia sigue vigente. ¿Hasta cuándo pues?
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