Enunciando a los cuatro vientos grandes verdades, encarnando en sí mismo rotundas mentiras, Hugo Chávez, como siempre, sigue armando mitote. Pero entre el desbarajuste vienen las joyas del humor. Mi video de la semana es el de Chávez, en trance místico sudamericano, desde su tabernáculo donde imparte la misa Bolivariana ordenando: “Señor Ministro de Defensa, muévame diez batallones hacia la frontera con Colombia, inmediatamente”. En cámara aparece un miliciano con pinta de Agallón Mafafas que acata la orden con gesto solemne.
Hugo Chávez ordena la guerra como quien manda por unas caguamas. Y luego remata: “Que se vengan todos los funcionarios que están allá y estamos en alerta. Pongo a Venezuela en alerta”. Me encanta. Todo en el tono de “que le caigan esos compadres para acá y estos otros se pongan al tiro que se les va caer el cantón”. Yeah. Hugo Chávez, la destrucción de la diplomacia, el acabóse discurso político. En verdad ya no sé qué es más ridículo: si el sonsonete gris de un Calderón, las pausas enloquecedoras del Peje o el despapaye de Chávez. Cierto es que a cada cual, más que por su retórica, se les juzga por sus hechos. Y ahí están las diferencias de fondo.
Pero la forma, la voz, la imagen, son parte de esa solución que cada político plantea. Salieron caros los dichos y refranes de Fox. La calma repetitiva y disuasora en la voz de Salinas nos acercó un poquito más al abismo. Pero la retórica no sólo es verbal: visualmente los códigos también son claros. La imagen de la presidencia de república sustituye la “f” foxista injertada en el escudo nacional por barras y rectángulos grises y rojos. El mensaje: solidez, discreción, orden. Del decir se desprende el hacer, de la forma se revela el fondo. El poder reside, entonces, en la palabra y en la imagen. Y es en estos terrenos donde Hugo Chávez llega maracas en mano, repartiendo cocos, claridoso como señora de vecindad, bravero como los gandallas de la secundaria, contradictorio, estrafalario, expansivo, un showman, pues. No se le pueden restar méritos: se la mentó a Bush (“Huele a azufre”) en el pleno de la ONU, sacó de sus casillas al sereno Rey Juan Carlos y de paso le aplicó la huraca rana a Naomi Campbell. Todo un caso. Si fuera un personaje de ficción sería cosa de acomodarse y disfrutar del espectáculo. Pero el tipo existe, Venezuela es real y el mundo no deja de dar ejemplos de lo que pasa cuando llega la intransigencia al poder.
Con razón o sin ella Chávez actúa enfático, habla sin conocer límites ni formas. Refrescante a veces, alarmante en otras. Un genuino bocazas, un hocicón. El mundo siempre tiene cabida para el gandalla y el hablador. Dicen que “más pronto cae un hablador que un cojo”. Pero este hablador ya duró un rato. Así pues, vale aprender la lección en cabeza ajena, estar al pendiente del discurso y de la imagen y de esos personajes endiosados que al último arrastran consigo a todo un pueblo. En fin. Ya no veré la paja en el ojo ajeno: también soy re hocicón y hablador. Nomás que no tengo ningún regimiento que mandar a la frontera.
Sin presupuesto ni milicia, soy presidente de mi nebuloso destino, rector de mi mudanza y feliz secretario de transportes que hoy estrena su primer auto. Allá Hugo Chávez y su borlote. Triste Venezuela. Que no se derrame la sangre y que los hocicones no pasen a las manos. Yo sigo pues, con mi diminuta épica cotidiana.
PARPADEO FINAL
Quehobo con la tolvanera. Traía tierra hasta en los chones. Andaba pajareando por Abastos y apocalíptico como soy, creí que se acababa el mundo. Pedí perdón por mis pecados. No iba ni a la mitad que ya estaba hecho un adobe. Al menos vi que más vale ir pidiendo perdón desde ahora porque al último momento se junta todo y uno pasa a fregarse. Gran aprendizaje.
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