Debo confesar que desde chiquito he sido maje pa’los números, ni la matemática ni la física ni el sistema decimal son mis fuertes. Me fui, por azares de la vida por los caminos de la pintura, del arte, de la literatura, de esas cosas que, como decía Borges, entretejen naderías. No culpo a mi oficio de mis apuros económicos: no importa cuál sea la jugada de cada quien, hay quien sabe y quien no sabe hacer dinero. En el camino de la fortuna tomé para el otro lado aunque siempre espero comprender la lógica de los ingresos y ganar para comprar más libros y chuchulucos. Pero ante la crisis, ricos y pobres andan aferrados con las uñas. Por mi parte caí en pánico total. La ignorancia no sólo es atrevida, también es fantasiosa. Cuando uno desconoce el tema se imagina cualquier cosa: “cayó la bolsa” “subieron los Cetes” “el índice bancario a la baja” ¿Qué son los Cetes? ¿Por qué si suben se pone peliaguda la cosa? ¿No los podrán bajar a pedradas? El argot bancario tiene su dificultad técnica y si a eso le sumamos la distorsión de los medios más lo desinformado de uno pues está en chino. Cualquier noticia suena a Armagedón. Yo ya me estaba animando a cavar un sótano y encerrarme con cien latas de atún, hartas cocas y toda la colección de kalimán para esperar el Apocalipsis donde, con algo de suerte, se morirán todos los feos y no me daré abasto de mujeres hermosas con crisis de nervios, dado que, claro, el único feo sobreviviente a la debacle financiera será acá su servibar. Ahem, regreso. Bueno, digo, soñar no cuesta ni se endeuda uno. La onda es que presa del terror le llamé de larga distancia a la maestra Cecilia (que la llevo en el corazón) y le pregunté que cuándo se iba a acabar el mundo. Me tranquilizó con ese tono amoroso de “cómo te atreves a despertarme a medianoche para preguntar esa babosada” y brevemente me tranquilizó, me hizo ver que la crisis es cíclica y que a grosso modo ya es difícil estar más fregado de lo que estoy así que no queda de otra más que seguir chambeando y comprender que estos difíciles momentos se deben a la desmesura y a un grupo de rateros que no tienen la más pálida idea de moral. Lo que me sorprendió es que me puso al tanto de que los culpables fueron los ninjas. Ah te cae, dije yo. En idioma bancario gringo “ninja” corresponde a las siglas de “no income, no job, no assets” es decir, sin ingresos, sin chamba y sin garantías reales. Es decir que los gringos se pusieron a prestarle lana a gente que no ofrecía nada a cambio para crear burbujas financieras donde unos salían beneficiados y que, cuando esta locura tocó límite, reventó y nos cargó el payaso a todos. ¿Pero cómo se les ocurre prestarle a los ninjas? Si el cine nos ha enseñado algo es a no confiar en tipos armados con dagas y vistiendo piyama y pasamontañas negro. Ya eso fue el colmo: a los Cetes, las bolsas, los índices, se suman los ninjas. Y ya me imagino una bolsa de mano, dedos índices y sicarios japoneses como causantes de este infierno. No sé. Trataré de comprender qué pasa, creo que lo más triste es vivir una crisis sin estar consciente de las responsabilidades, sin identificar a los gandallas. Es deber ciudadano, supongo, conocer quién nos está tronando los huesitos para, en su momento, y por qué no, alzar la voz. Hoy me declaro ignorante financiero en rehabilitación. Invito a todos los que están como yo a unirse al esfuerzo por abrir éstos, nuestros ojitos, tan llenos de lagañas.
PARPADEO FINAL
El más grande abrazo a la banda de la Dirección Municipal de Cultura de Gómez por el exitoso Festival Revueltas. Bailé y lloré con Óscar Chávez y la Sonora y traté de mantenerme alejado del recital de Fernando Delgadillo por aquello de di no a las trovas. De ahí en más, salud por Paty, Nuño y los desvelados del otro lado del río.
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