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Crónica del Ojo / GATOS EN CELO

Miguel Canseco

El gato le pregunta a la gata “¿A ver mamacita, quién es el rey de la noche?” y ella responde con un maullido descomunal. En primer plano, un afligido señor que trata de dormir grita “¡¡silencio gatos calientes!!”. Tal es la somera descripción de una vieja caricatura de Jis que el aguafiestas del Flavio me hizo llegar. Sí, ciertamente, no soy original. No fui ni seré el primero que se queje de las escandalosas escapadas sexuales de los gatos del vecindario.

La bruja, por su parte, me reclama que mis artículos carecen de sustancia, que entre a los detalles, vaya, que trascienda los velos de lo erótico y sea más explicito. Complazco sus deseos, pues y describo el picante ritual gatuno: primero la gata se posiciona, eleva la pelvis, pisotea con sus patas posteriores y mueve la cola. El gato se coloca atrás, la sostiene con firmeza y le muerde la nuca (hasta aquí todo va sobre ruedas). Dato interesante: el pene del gato tiene una serie de ganchos en sentido contrario por lo cual la gata chilla durante el apareamiento (¡ouch!). Después del acto, por razones entendibles, la gata se vuelve agresivamente en contra del macho. Mayores informes (como lo mejor del porno) los hallarán en Internet.

La onda es que los gatos se la pasan bomba, mientras uno trata de conciliar el sueño, sin mayor éxito. Al final, por más misteriosos que sean los gatos, sencillamente se juntan con fines reproductivos. Ok, hay dinámicas animales complejas, pero es bien cierto que la sexualidad como búsqueda psicológica es patrimonio del hombre. Por evasión, por multiplicación de las formas del placer, como paliativo para el dolor o en su mejor faceta, como afirmación de la vida frente a la muerte, la sexualidad se ancla en el ser del hombre y de la mujer y define sus vidas. Tremendas vibras se mueven entre los cuerpos. Sólo los delicados instrumentos del arte pueden analizar esos temblores.

Y es que la sexualidad se vive en el cuerpo y reverbera en la mente, puede llegar a cuartear el alma o en su mejor aspecto, ofrecer momentos donde se roza una posible inmortalidad, esos puntos que dan miedo y azoran, en resumen, rozan lo sublime.

Envidia de los gatos, pensaba yo. En la orgía perpetua, la vida debe ser un carnaval. Pero hoy encuentro unas líneas de Bataille que me conmueven: “Sin una secreta comprensión de los cuerpos, que sólo a la larga se establece, la unión es furtiva y superficial, no puede organizarse, su movimiento es casi animal, demasiado rápido, y el placer esperado suele hacerse esquivo. No hay duda de que el gusto por el cambio es enfermizo y que sólo conduce a la frustración renovada. El hábito, por el contrario, tiene el poder de profundizar lo que la impaciencia no reconoce”.

No soy gato, soy humano. Humano tímido, digamos. Sin añorar el carnaval, monógamo por vocación, en el crepúsculo de un abrazo, de unos ojos, puedo comenzar a leer las líneas de un guión complejo, una historia de retruécanos y cambios que me ofrece un cuerpo del que soy complemento. Entre el libertinaje de los gatos (y de algunos de mis compadres) y la vocación de investigación que ofrece un erotismo más consciente y por ello eminentemente humano, opto por el segundo. Del brinco gozoso es menester pasar a la caída lenta y lúcida. ¿La pasión puede complementarse con la razón? Ay los gatos, que lo ponen a filosofar a uno, a la mitad de la noche. Afortunadamente, tanto pensar da sueñito.

PARPADEO FINAL

Yo sé que ni al caso pero no me voy sin decir que El Peje sí que tiene manitas de estómago. Elección donde se involucra, elección que sale echa un muégano con todos peleados. Si quieren que sus fiestas terminen en arrancones de mechas, ya saben a quién invitar..

cronicadelojo@hotmail.com

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