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Crónica del Ojo / MURIÓ ENRIQUETA

Miguel Canseco

Como tantos otros, lamento la muerte de Enriqueta Ochoa, gran poetisa coahuilense. Aunque ella llevaba largo tiempo batallando con la enfermedad, siempre es triste pensar que seres tan excepcionales terminen su ciclo. Espectador ingrato, me quedo pidiendo más. Más producción, más vida y salud para los poetas mayores. No la conocí personalmente pero su obra llegó a mis manos hace ya varios años en un librito de modestos quince pesos: “Enriqueta Ochoa de Bolsillo”. Maravillosa compra cuyo precio sólo señala su carácter invaluable. Francamente no sé qué se necesita para ser poeta: sentimientos, inventiva, métrica. Hay un método que lleva al verso, existen escuelas y excelentes cursos para escribir como poeta. Pero la poesía real es otra cosa. Es técnica y es otra cosa. Es alma y es otra cosa. Es producto humano y es otra cosa. ¿Qué otra cosa? Mi respuesta es por demás ranchera: pos sepa. Pero se siente. Lorca. Rimbaud, Vallejo, Enriqueta... sus letras apuntalan, gesticulan y se encienden en lo alto. La poesía verdadera existe pero –ya lo dijo galanamente Octavio Paz- apenas se nombra y se disipa. Como un beso o una mirada, como las capas profundas del sueño, escapa a las definiciones, aunque con perdón de Heidegger, Paz y demás raza pesada sí tengo una definición que tomo como certera y es de Félix de Azúa: “la poesía es la resistencia al dolor durante toda una vida”. Y es que estamos tendidos entre dos abismos. Venimos de quién sabe dónde y vamos a lo desconocido. El poeta se sabe mortal y con sus palabras entabla tratos con el infinito. Pero comienzo a sentirme incómodo tirando estos rollazos sobre la poesía. Es tentadora la idea de pontificar sobre temas trascendentes: amor, muerte y poesía. Es un recurso válido para ligar chicas pero es mejor aceptar que uno es mezquino, ignorante y medio nopal y más vale quedarse callado. No poseo la última palabra ni me siento en el papel como para tirar netas. Frente a los poetas de a de veras –cito a León Felipe-, rompo mi violín y me callo. Lo mejor que puedo hacer es decirles que no sean codos, se compren su respectivo librito de Enriqueta Ochoa y se hinchen de orgullo de ser coahuilenses. Enriqueta es de otra categoría. Hace unos días dejó de existir, pero nos dejó su palabra, como una brasa encendida. Muchas gracias, maestra.

PARPADEO FINAL

Del ronco pecho de la poetisa: “Uno está a la orilla del mar, salándose los ojos / No hay otro modo de estar / Uno es el perro ciego ladrándole a la luna entre el garrote y la mofa / No hay otro modo de ser / Uno grita hasta reventarse el cuerpo / y no hay sostén posible / ni cielo para creer, ni luz para beber / Sólo este oscuro destino de isla sorda / donde la sal relame los bordes de su orilla”.

cronicadelojo@hotmail.com

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