Con este grito termina la película “Los Olvidados” de Luis Buñuel, pieza magistral que retrata de cuerpo entero el nudo entre criminalidad y pobreza. Es un grito que apenas alcanza a describir el coraje que se anida cuando uno, directa o indirectamente es víctima del crimen. Hace ya varios años, una amiga llorosa me relataba cómo recibieron envuelta en papel bond, la oreja de su prima secuestrada. Hace unos días, a unas cuadras de mi casa se desató una balacera con aquí su menso echándose pecho tierra. Me han asaltado y han violentado los bienes y la vida de amigos y familiares. No soy ajeno a la rabia. Por eso meto mi cucharita de peltre en la propuesta de instaurar la pena de muerte. Para el gandalla, el que atropella el derecho a la vida del prójimo, sólo queda, entiendo bien, el encono profundo. Ante el hijo asesinado, la amiga ultrajada, ante la aberrante destrucción del crimen, es la venganza el sentimiento natural. Pero la justicia existe, justamente para que no nos acabemos a dentelladas como salvajes. Aún el odio, por el hecho mismo de ser humanos y vivir en sociedad, debe ser atemperado por el bien de todos. Por eso me parece aberrante la pena de muerte. Cabe decir que su aplicación es tan vieja como el hombre, que en México el debate sobre la misma se remonta a la propia Constitución de 1917. También es importante saber que la tendencia a nivel internacional es abolir por completo esta sanción. Hay múltiples ángulos para objetar o defender el asesinato oficializado. Yo me conformo con exponer (y en vista del alud de artículos y opiniones) redundar, sobre dos puntos esenciales en el contexto de nuestro país. Uno (y la razón por la que rebotó en la Cámara de Diputados la iniciativa), la Carta Magna ya establece que este castigo no es viable y México está suscrito a tratados internacionales que previenen de su aplicación. Aunque Coahuila quiera, no se puede saltar las trancas de la constitución. Dos, y más importante aún: la impartición de justicia en México es, todos lo sabemos, un chiquero. ¿Cómo podemos dejar una herramienta de esta magnitud en tan peregrinas manos? ¿Cómo confiarle la vida a instituciones que son compradas, vendidas y manipuladas a placer? Si el rico sale libre y el pobre se fastidia ¿quién me asegura que estoy a salvo si soy injustamente señalado? Dice Macedonio Tamez Guajardo “debemos preguntarnos si tenemos los sistemas de procuración e impartición de justicia con la suficiente honestidad como para encomendarles una misión tan delicada como privar de la vida a alguien”. No le busquemos mucho Don Macedonio, estamos a años luz de una impartición efectiva y equitativa de justicia. Ya lo dijo con bastante más elocuencia el gran poeta León Felipe: “Si no es ahora, ahora que la justicia vale menos, infinitamente menos que el orín de los perros; si no es ahora, ahora que la justicia tiene menos, infinitamente menos categoría que el estiércol”. Así no se puede jugar a ser Dios castigador. Para llegar a esta conclusión es de suma importancia trasladar las neuronas del estómago al cerebro. Lo cual, en vista de la ofensiva impunidad en la que vivimos, es difícil. Pero hagámoslo y se revelará una verdad: el Estado Mexicano necesita una limpieza de fondo, y tales poderes no le pueden ser otorgados. Así que no hay que caer en la trampa, no dejemos que los políticos jueguen con nuestro coraje para obtener dividendos y popularidad. Que no nos manipulen. Con estas cosas no se juega y debemos sobreponernos a la furia que nos lleva a la ley del talión: Ojo por ojo, diente por diente. Acuérdense que el flaco de bronce (flacazo del alma) Mahatma Gandhi, lo plantea mejor: “Ojo por ojo y todo el mundo quedará ciego”. Así que al tiro porque no imagino nada peor que un triste México de invidentes.
PARPADEO FINAL
El doctor Felipe Valero tuvo toda la razón: Cuau es medio cro magnon y al final le salió el cobre. Arce se nos lesionó y el resto del equipo fue poca pieza ante el Toluca. A varios días de la derrota me sigo sobando. Ni modo. Mi corazón roto por partida doble: muertos mis Pumas (como ya es costumbre) y apaleados los compas del Santos. Ya vendrá mi hora de nuevo. Va pues el saludo.
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