Hondo clavó el cuchillo la maestra Rosi Gordillo al decirme que esta columna es como “El corazón diario de un niño”, puras historias de lagrimón loco. Bueno, es que últimamente no he corrido con suerte y como no creo en las limpias me dejo ir con los vaivenes de la contingencia. Pero se te cebó Rosi, esta semana ha sido positiva así que sin tropezones que reseñar, comparto con todos mi tremendo alivio por el fin de la olimpiadas. Ya estaba hasta el copete. Demasiada emotividad, demasiadas buenas intenciones que encubren importantes jugadas políticas e ideológicas. Estas olimpiadas, simbólicamente, abren la era de China como potencia global. Supongo que salí de mi conflicto de salud para poder ver esto: el imperio gringo en merma (y con un presidente negro, ojalá) y los chinos a la alza. Me harté de Phelps, descomunal como cualquier trasnacional gringa y que pa’colmo, le dieron una mano de gato para ganar sus respectivas ocho medallas. Quedé empachado de escuchar que Phelps es una “leyenda”, un “inmortal”. Es un chavo superdotado para nadar, emociona ver semejantes prodigios pero no exageremos. Elena Isinbayeva, por su parte, hombre, si es harina de otro costal. Vaya, muchacha tan guapa y tonificada y aparte salta más de cinco metros la desdichada. Me parece que es demasiada información para un cerebro masculino, mujer hermosa en semejantes alturas, traumático el asunto. Y mientras yo dejaba los hígados en el hospital veía a aquel otro portento, Usain Bolt. De entrada el apellido suena matón: “Bolt”. Luego resulta que el tipo da una zancada de más de dos metros. Eso es una majadería. Digo, en la vida yo daré zancadas de ese calibre, (a reserva que Elena Isinbayeva me cargue por los aires o me atropelle un taxi de los rojos). Aparte el festejo del tipo fue mítico. Yo no sé qué onda con los jamaiquinos, siempre pensé que el reggae te hacía más suave y atolondrado, pero algo hay en ese suelo que corren como gamos los méndigos. Supongo que es como el Tae Kwon Do en México, donde cunden las escuelas de esta disciplina. Creo que los tenochcas nunca superamos la cruda del karate kid y el Tae Kwon Do llegó para quedarse. Hasta yo, hace muchos años, estuve una temporada repartiendo (bueno, seamos francos, es más objetivo decir recibiendo) patines a diestra y siniestra en una escuela donde llegué a la decorosa cinta amarilla (la lucha hice, pero soy menos flexible que un mesabanco). Dos medallotas en esta disciplina nos llevamos (ay qué rico es que otro se rompa la crisma y al final todos gritemos al unísono “ganamos”). María del Rosario se llevó su medalla sobrada, contundente, y aunque su historia habla elocuentemente de las penurias de quien quiere a toda costa salir adelante resultó demasiado primer mundista para los comentaristas que prefirieron gritar y soltar las de cocodrilo (llanto de hombres, ajúa) por el Memo que ganó por un pelo y por las clavadistas que se colaron con justicia al bronce. Y es que un triunfo en todo lo alto no le sabe tan sabroso al mexicano como un gane sufrido, apenitas, por los pelos. Tengo esa negra impresión que disfrutamos más que “nos roben” una medalla, que a duras penas logremos algo, que ganar con holgura. Se saborean más las amargas derrotas, el limón del rencor y la salsa de la polémica prevalecen sobre sabor de una batalla ganada con gallardía. Esta borrachera mediática, día y noche reseñas y alabanzas, llegó a su término. Pero ya en la cruda olímpica, no puedo negarlo, quedan recuerdos y reflexiones que pueden en más de un caso, ser valiosas. Lo bueno es que ya se acabaron. Por fin.
PARPADEO FINAL
Sí, soy un grinch de los juegos olímpicos, la sangre naca se resiste a la herencia Helénica y se reserva las emociones para el mundial de futbol (cascarero nací, qué hacerle) así que ya me trueno los deditos, se acerca Sudáfricaaa...