El padre tiempo nada perdona. Apenas ayer Indiana Jones desafiaba nazis y tribus hostiles en épicas batallas al borde de los desfiladeros. Hoy, en la cuarta parte de la saga Harrison Ford vuelve a pegar de brincos. A estas alturas del partido el asunto es inverosímil. Y aunque Santiago Creel diga que los hombres maduros aún juegan pues resulta complicado visualizar semejantes escapadas sin que al Indiana se le quiebre el cuadril o le truene una osteoporosis. Del cuero viejo salen más correas dicen por ahí, pero todo por servir se acaba y hay cosas que de plano no son pa’la momiza.
Y es que cuando uno de ruco se halla entre el jaleo de los chavalotes pues termina sintiéndose como bien dicen, cual pinocho en aserradero. Por mi parte de a poco he dejado las cosas que la lozanía me permitía. Ayer bailaba slam, repartiendo cocos en conciertos de rock. Hoy temo un manotazo de algún escuincle inconsciente que dé al traste con mis ya mermadas conexiones neuronales. Tuve mi respectiva iniciación y experimentación con sustancias tóxicas, mismas que felizmente desechó mi cuerpo adolescente. No se cumplió mi fantasía de ser Jim Morrison, con el tiempo las crudas fueron más crudas y los excesos se acababan a las doce que me caía de sueño. Por otro lado jamás tuve groupies así que el ser rock star será un sueño eternamente incumplido.
Cosa que siempre festejé fue mi retiro de las aulas: salí por la puerta grande, como Rocky Balboa, campeón sin corona, con sietes y cincos sangrándome por la ceja, pero siempre sobreviviendo. Pero no importa la edad, siempre dan ganas de regresar. Si Rocky hizo cinco películas, Rambo cuatro, Indiana Jones otras cuatro y la India María como cuarenta pues quiere decir que aunque viejo uno puede todavía hacer el ridículo y arrancar emociones. Por eso me metí a la escuela nocturna a estudiar psicología. Aficionado de toda la vida a los libros y revistas de psicología me enrolé valientemente en horario inhumano de nueve a once de la noche.
Una de las últimas obras de Goya, representa a un ancianito con mirada penetrante. En la parte baja una frase contundente: “y aún aprendo”. Así que no es tarde. Debo decir que tampoco estoy tan mayor, ando en la treintena pero me gusta azotarme. De cualquier modo la mayoría de mis compañeros son mucho más jóvenes que yo, hablan un idioma distinto, tienen otros marcos de referencia y yo vengo siendo un outsider, el señor de piochita que habla con acento chilango como si leyera el diccionario. En fin.
La cuestión es que aunque llego con la pila baja después de la jornada de trabajo, le echo ganas y apunto todo, presto atención, en fin, un Miguel irreconocible, diligente y que entrega tareas. Mis respetos a la ciencia psicológica que ha resultado más vasta de los que creí. Ahora volvieron los antiguos demonios sumerios: las matemáticas, la química. Como santo Cristo me han dejado entre ribosomas, eucariotas, fosfolípidos y demás nomenclatura que nomás no se me pegó y sopas, que me ponen mi primer cincote. Hacía quince años que no reprobaba. Sus orejotas de burro y a la esquina, mi querido Canseco. Se siente sabroso, como aquellos zapes que de tan duros se agradecen. Resulta un ejercicio renovador y fresco volver a la escuela, el conocimiento, sin duda, es un valor y un placer. Y cuando uno cree la vida resuelta y se siente campeón, vienen asuntos como este cinco en todo lo alto que lo bajan a uno del ladrillo. Agradezco al profe, a la vida misma. Detrás de la soberbia está la ignorancia, dicen por ahí. Partamos pues de la humildad, que sirve para ubicar y reconsiderar. Soy un burro. No en primavera, desafortunadamente. En rehabilitación, digamos.
PARPADEO FINAL
Matías 3:16
Y entonces el Señor dijo: hágase un tres a cero contra el Cruz Azul. Y el tres a cero se hizo.
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