En la secundaria y preparatoria aprendí toda suerte de malas artes. Tiempo de contrastes, tuvo sus buenos amigos, enemigos enconados, buenos y malos maestros. Pero no entraré en nostalgias de adolescencia a lo Alberto Vázquez. Sólo hablaré de una frustración académica. Por azares de los programas educativos jamás tomé la materia de etimologías greco latinas. Una lástima, porque me encantan. Y es que resulta fascinante ver cómo “nostalgia” por ejemplo, viene de “nostos”, regreso y “algos”, dolor. Datos que enriquecen la percepción del lenguaje. Por mi parte, para pasar el rato, investigo al azar vocablos griegos y latinos en diccionarios y en Internet. Pura curiosidad sin dirección. De cualquier modo creo que hay maneras más tristes de matar el tiempo. Luego encuentro joyas que me ponen de buen humor y comparto con los amigos con voz solemne como si de verdad supiera.
La onda es que los días pasan más ligeros cuando uno encuentra ese dato tal vez inútil pero esclarecedor que ilumina momentáneamente la existencia. La última pesquisa me deja claro que los griegos eran más amenos que nosotros. “Simposium”, por ejemplo, palabra que hoy asociamos con alguna reunión institucional por lo general más aburrida que chuparse un clavo, se refiere, en su origen, a una fiesta, en específico a una “reunión de bebedores”. Así, en la antigua Grecia el “simposium” era pistear, comer y charlar. La plática, como en toda buena fiesta, podría tornarse densa. Los griegos, buenos para el relajo también se ponían espesitos: ahí está el Banquete de Platón. Qué envidia. Comían tumbados, apoyados en cojines. A todas márgaras dicen en mi pueblo.
A la hora de decir salud (¿dirían “salud”?, en fin) alzaban su kylix, la copa de vino. Estas copitas eran maravillosas. Bellísimas en su elaboración, de cerámica negra o roja, contaban con un fondo delicadamente pintado a mano (bueno, no había de otra en aquellos tiempos) en formato circular, que se revelaba toda vez que el bebedor terminara su porción de pisto. Como todo simposio estaba regido por el signo de Dionisios, dios del vino, el asunto era ligero y el kylix era decorado con motivos sexuales, de amor de pareja, homoerótico u orgías. Era un vasito sorpresa, digamos. Los griegos eran abiertos y refinados. Sabían vivir.
Todavía no llegaban los aires religiosos de galilea ni la iglesia de Roma a censurar los placeres del cuerpo. Así que en aquella primavera del pensamiento y del espíritu, los kylix se llenaban y seguramente arrancaban más de una carcajada. Más tarde, el término kylix se transformó en el latín “cálix” y designo así, una copa sagrada, un cáliz. La copa libertina se hizo ofrenda al dios todo poderoso. Las risas se esfumaron y las graves palabras de Cristo le dieron al cáliz otra connotación. Ya no los placeres, ahora contenía la sangre de cristo. Del libertinaje al sacrificio. La copa, instrumento antiguo, siempre presente, se carga de significados. Seguimos levantándolas en la fiesta y se eleva en los altares. ¿Cómo conciliar aquella vocación disipada con la fuerza de lo sagrado? Bien dice la canción: “Jueves Santo me emborracho, porque el Señor en su templo, alzó una copa de vino, para darnos el ejemplo. Viernes Santo bien quisiera ya quitarme la embriaguez, pero me ha podido mucho la pasión de nuestro Juez”. La onda es levantar la copa. Y es así como de una azarosa pesquisa etimológica me paso el día haciendo nudos mentales sobre lo sagrado y lo profano. Recomiendo volver a los griegos. Me cae que eran más amenos que nosotros.
PARPADEO FINAL
Hoy, alzaremos la copa de alegría o de tristeza. El Monterrey viene enrachado y el Santos como que titubeante. A ver qué pasa. Ya me entraron los nervios y eso que soy un Puma exiliado en la Comarca Lagunera. Ánimo Santistas y suerte a los Guerreros...
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