Todo ocurre en las páginas de un diario: la Luna se pintó de rojo en un eclipse que nos recordó algo del misterio de los cielos. Más terrestre fue la balacera campal en la Jardines de California, que demuestra que en Torreón la violencia se sale poco a poco del huacal. Mientras volaban los plomos, en Estados Unidos Obama avanzó un poco más, en el Defe un chilango terrorista voló con todo y bomba (no damos una, hombre), mientras en Bagdad un terrible atentado borró del mapa a catorce gentes (digo, tampoco es mérito atinarle).
En Cuba, después de cincuenta años, Fidel dejó de ser el comandante en jefe cediendo el paso “las nuevas generaciones” que en este caso, ahem, están representadas por su hermano Raúl de setenta y cinco años (nombre, si los septuagenarios vienen con todo). Insisto, éstas son señales del Apocalipsis. Aunque a veces pienso que eso del fin de los tiempos sólo fue promesa de campaña de Dios y nomás nunca llega.
Los periódicos consignan este descenso al abismo, la prensa es una refinería donde se procesan todos los dramas, donde en un rincón huele a pólvora, y en otro a desechos industriales. Las noticias apestan, pues (dicho esto con todo el debido respeto por la prensa y los que la hacen posible, hombre). Las cosas son las que se ponen feas y es labor del periódico decirnos por dónde gotea la estructura. Labor esencial pero a veces penosa. Por eso me quedo esta semana con una notita discreta, breve texto de Don Pettit, astronauta de la Nasa. La cosa está así: Pettit advirtió que los trajes que salían al exterior de la nave que orbitaba la tierra regresaban con un olor característico. Después de descartar las posibilidades de contaminación dentro de la nave, Pettit concluyó que ese aroma era, de hecho, el del propio espacio exterior. Así pues, el cosmos, según Pettit huele a una dulce mezcla de aromas metálicos. Me pareció fantástico: gracias a Pettit ahora sé que esta tierra de lamentos flota en una suave miel de hierros incandescentes. Un universo de azúcar para una tierra de sal.
Tantas noticias pueden abrumar. Como reserva de sanidad, resulta provechoso anclarse a esos pequeños chismes que se desprenden de la confusión. Puedo imaginar el aroma del espacio: tan enigmático, supongo, como los aromas que ahora convoco en mi mente y me remontan a un pasado, que, como todo pasado que se precie, fue, en muchos aspectos, mejor. Aromas de personas y de lugares que le han dado un sentido a mi vida. Quién sabe qué pase: la prensa no augura nada bueno, aunque individualmente, todos deseamos lo mejor. Es un volado. Mal o bien el mundo quedará suspendido en un denso, oscuro, e infinito licor llamado cosmos, sustancia cuyo aroma, de dulce fábrica de estrellas, queda en la memoria de unos pocos afortunados que pudieron darse una vuelta más allá de nuestra turbulenta atmósfera.
PARPADEO FINAL
¿Así o más pacheco? Ayer tuve una sobredosis de lectura de periódico. Fue como una borrachera y esta columna es mi cruda. No les cuento: lean íntegro este periódico y vamos a ver cómo amanecen. Yo amanecí cósmico y aromático. Ahí nomás pa que vean el nivel. Salud y nos leemos la próxima.
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