AUTOS COMPRIMIDOS
Me asombra este negocio de vivir y ser peatón. A veces la marea es suave y uno se deja llevar, siempre ligero. Luego arrecia el clima y no hay para dónde meterse. Por eso me gusta el arte y todos los intentos por embarrar o esculpir tal o cual estado de ánimo. Me sorprende como siempre existe alguien dispuesto a retratar la serenidad o la turbulencia. De esta vinculación entre el sentir y el pensar salen piezas contundentes que significan mucho y que, pasados los años siguen enganchándose con el público.
Me explico: Picasso no hubiera pintado su Guernica si no hubiera existido toda una investigación previa (dada, el cubismo, el fauvismo) que le diera sustento. Muchas obras, antecesoras del Guernica no fueron tan contundentes ni tan interesantes, pero son parte del engranaje artístico que lo hizo posible. Y aunque ese cuadro fue pintado hace setenta años, sigue siendo muy significativo. Para cada etapa de la historia, como para cada período de la vida, existe una imagen que define con precisión donde está uno parado.
Yo creo que acabo de salir de un periodo que asemejaba un sereno y melancólico paisaje, de colores suaves y mesurados. Ahora el cuadro se desarregla y vienen, al menos por unos días, varios ajustes graves: mudanza, adquisición de auto (vaya drama esto de querer comprar unas ruedas). Como que andaba yo en la meditación y de pronto trompiqué escaleras abajo. ¡Zas! a ponerse a desarmar todo para volver a reconstruirlo en un nuevo sitio, en otro lugar. Tuvieron que pasar muchas cosas para llegar a este salto de fe. Como el Guernica, mi vida toma tintes de conflicto y en medio del mismo surgen nuevas imágenes producto de éste muy peculiar estado de ánimo. Hay que aprovechar estos estados de excepción para ver con nuevos ojos: hoy me conmuevo ante obras que antes me eran indiferentes.
Volteo a ver las esculturas de los años sesenta de César Baldaccini y me llaman poderosamente la atención: sus piezas son sencillamente autos comprimidos, convertidos en bloques, amasijos de fierros retorcidos en un cubo perfecto.
En su tiempo estas esculturas fueron revolucionarias, minimalistas y al tiempo críticas de una sociedad de consumo. Décadas después, para mí, son un monumento a los caminos sin recorrer, a las luchas perdidas. Claro que esta interpretación me la saqué de la manga. La cuestión es que resulta un ejercicio interesante, insisto, ver cómo una época de la humanidad puede ser vinculada con cierta obra y como, paralelamente, los periodos de cambio individual también pueden estar condensados en una imagen. Un auto comprimido en un cubo: ése soy yo. Lo que era funcional se convierte en chatarra: pero aquí viene la magia. Las esculturas de autos destruidos de César, eventualmente, fueron (y son) mucho más caras que cualquier auto nuevo. La destrucción altera, replantea y sorprendentemente, revalora. Así pues, algo bueno saldrá de ésta mi quinta mudanza en Torreón. Al menos ya estoy echando drama, deporte al cual invito a todos, ya que siempre resulta divertido. El azote entretiene, sin duda.
PARPADEO FINAL
Entre el desbarajuste asoman esos chispazos de alegría: Santos batió al América y Vuoso regaló un par de perlas de fútbol. Vinicio sigue en amor platónico. La bruja hermosa se lanzó de un paracaídas y estrenó sobrino. Azul ya superó su migraña y mi tocayo Orejel remendó su corazón (o al menos eso dice). El calor todavía no llega con todo su poder y Dios nos regala todavía tantito fresco. La vida sigue, felizmente, en este mundo al revés.
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