La fotografía en el periódico, de dos jóvenes universitarios en lo alto del último puente sin derribar, de lo que fue el tan mentado DVR llamó mi atención. Los jóvenes en cuestión habían trepado al puente y permanecido durante tres horas para llamar la atención de las autoridades que no han sancionado a los responsables de la calidad de la obra y ahora el dinero que cuesta volver a construirlo vaya con cargo a los bolsillos de los ciudadanos.
La acción me trasladó a lo que pasaba en México y en el mundo hace cuarenta años. Y pensé que todavía hoy existen jóvenes con ideales y que ellos estaban ahí protestando porque quizá se les han cerrado las vías de diálogo, de la misma manera en que, en 1968 los estudiantes universitarios comenzaron a cuestionar la cerrazón y las nulas vías de expresión que tenían y por ello salieron a las calles a manifestar su descontento con los regímenes autoritarios.
Otra imagen de una escena reciente en televisión, un afroamericano hablando a un auditorio repleto de seguidores que lo aplauden por haber obtenido la candidatura a la Presidencia de su país. Por primera vez en la historia de Estados Unidos una persona de otra raza, diferente a la mayoría de los norteamericanos contiende por la Presidencia.
Estas imágenes eran impensables hace cuarenta años. En Estados Unidos, en esos años, la gente luchaba por el reconocimiento de los derechos civiles, motivados por un afroamericano que también reunía multitudes y les animaba a tomar su lugar en la sociedad: Martin Luther King a diferencia de Barack Obama cayó abatido por las balas de quienes se vieron afectados en sus intereses.
Hace cuarenta años, quienes estábamos entrando a la universidad, vivíamos en un país muy diferente al México de la actualidad. Los que creen que en todos estos años nuestro país no ha cambiado, tendrían que estudiar a fondo la década de los sesenta para darse cuenta que, como dice la revista Newsweek acerca del 68: “fue el año que definió lo que somos”.
Fuimos educados sabiendo que en la familia sólo había una voz, un mando y había que obedecer a los papás. Los niños no éramos escuchados, como ahora que los padres prestan atención a lo que sus niños por pequeños que sean, comentan y opinan. Los escuchan o dicen escucharlos. La idea de democracia no había llegado a la familia, menos a la sociedad. En la mesa no se discutían ideas políticas. Muchas veces escuché decir de los adultos, los niños son para verse, no para oírse.
Hace cuarenta años más jóvenes tuvimos la oportunidad de una carrera universitaria. Las universidades se llenaron de jóvenes idealistas que compartieron su entusiasmo y rebeldía con jóvenes de otros países. Hubo protestas por la guerra de Vietnam, por los gobiernos autoritarios, por la discriminación racial y la represión soviética de esos años.
Las mujeres también llegamos a la universidad. Antes sólo aspirábamos a terminar secundaria y seguir si acaso una carrera comercial, normal o enfermería.
Por esos años las ideas del feminismo se esparcieron. La aparición de la píldora anticonceptiva dio a las mujeres más libertad y poder sobre su propio cuerpo.
Los avances en la tecnología y los medios de comunicación, la llegada del hombre a la luna, el crecimiento de las clases urbanas fueron cambios que contribuyeron a que los modelos políticos y económicos se fueran desgastando.
En México, el régimen comenzó a tambalearse. El control corporativo de los sindicatos que el Gobierno ejercía se debilitaba, las ideas de izquierda se oponían a ese tipo de autoridad. La cerrazón del Gobierno, que no quiso escuchar y no supo más que reprimir esos movimientos tanto de campesinos, como ferrocarrileros y maestros para terminar con la matanza de estudiantes en un memorable día de octubre cuando, a escasos diez días de que se inauguraran las Olimpiadas, acalló sus voces a balazos.
El mundo había avanzado, las ideas se propagaban con rapidez y los jóvenes no estábamos dispuestos a vivir bajo el mando rígido de un partido político, aunque era tal la fuerza del régimen que todavía tardaría varios años en quebrarse.
En el año del 68 coincidieron muchos acontecimientos que definen lo que hoy somos. Las revueltas estudiantiles de mayo en París, la primavera de Praga, ayudaron a que en México prendieran ideas de libertad y fue en las universidades donde éstas explotaron.
A pesar de la lejanía con la capital y el centralismo que nos ha caracterizado, en las facultades de la universidad estatal tuvimos noticia del movimiento estudiantil y los estudiantes apoyamos la huelga y las ideas comenzaron a debatirse. Leíamos a los autores del boom latinoamericano, aparecieron los símbolos de los puños cerrados, las imágenes del “Che” Guevara, el rock, las canciones de protesta. Cantábamos la misma música, la de los Beatles y el rock se convirtió en lenguaje común.
A partir de ahí nada fue igual. La cerrazón que imperaba en el Gobierno y en las familias se fue abriendo y se fueron aireando nuevas ideas y sueños que harían que el país avanzara.
Aunque el 68 está cerca, son sólo 40 años, de ahí surgió una conciencia ciudadana más educada, más informada y dispuesta a luchar por sus ideales. Sin embargo, la tarea no está terminada, todavía hay deudas pendientes. La más urgente, la mejoría de las condiciones de vida de millones de mexicanos, que ya no puede esperar.
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