Después de leer la información que nos llega al través de los medios, los provincianos nos quedamos pasmados ante un juego de manos que no logra disimular dos hechos oprobiosos para la ciudadanía, en la elección que se hace, esta vez, de tres consejeros que integrarán el Instituto Federal Electoral. Es evidente que quienes los propusieron son los partidos políticos, por lo que no hay duda alguna sobre la tendencia política de cada uno. Los hay de chile, de dulce y de manteca, como los sabrosos tamales del Día de la Candelaria, entendiéndose que los de chiles son los colorados (PRD), los de dulce conteniendo azúcar (PAN) y los de manteca, que son de pura masa (PRI). Los tres consejeros que escogió la Junta de Coordinación representan a las corrientes políticas que convergen en la Cámara de Diputados. Lo que no se alcanza a vislumbrar es si obedecerán las consignas partidistas, en agradecimiento al cargo conferido u optarán por actuar con absoluta imparcialidad en el desempeño de su cargo. Sus nombres no nos dicen nada, presumiendo que han de ser de mediana edad.
Bien, le atribuyen a la Güera Rodríguez, la frase lapidaria de que fuera de la Ciudad de México todo era Cuatitlán. Los viajeros en tren recordamos a Cuatitlán como una pequeña estación a cuya espalda se levantaba un terregoso caserío hecho de adobe sin enjalbegar. Con calles polvorientas en las que se movía una hoja de periódico avanzando a tropezones, arrastrada por el viento. De una cantina cercana salían los acordes rechinantes de una melodía tocada en vitrola. No se veía un solo habitante, cuando sin detenerse, como un ser antediluviano, pasó la locomotora lanzando espesas bocanadas de humo. A eso se refería la célebre mujer, a que la capital a pocos kilómetros de ahí poseía todo el encanto de una metrópoli en ciernes, en tanto el resto del territorio era hostil y salvaje, por lo tanto indigno de ser tomado en cuenta. Así sucede en la actualidad. A pesar de que se formuló un llamado convocando a que se registraran candidatos a ocupar el cargo de consejeros, fuera de los que habitan en la Ciudad de México nadie, que se sepa, ni tan siquiera fue considerado.
Hubo examen a los aspirantes que al parecer de nada sirvió, llegando a los hogares capitalinos, en programas televisados. No se dieron a conocer los resultados de las pruebas. Hubo decenas de solicitantes a los que se dejó fuera sin saberse la razón. ¿Qué calificación obtuvieron los ganadores? ¿Cuál, los demás? ¿Hubo o no un rigor pedagógico al formular preguntas a los sustentantes? Da la impresión de que se escogió con el único criterio de que fueran residentes capitalinos y de que era suficiente acompañaran su currículum vitae para acreditar capacidad en materia electoral. Los que se inscribieron para participar en el montón estarán lamentándose de haber servido de comparsas, sin saberlo, cuya única función era la darle al evento un barniz de democracia. Eso parece. No pasamos por alto el hecho de que las personas elegidas puedan ser las adecuadas, lo que ponemos en duda es que el procedimiento de selección haya sido lo suficientemente transparente para satisfacer al ciudadano común que quedó escamado con el resultado de las pasadas elecciones presidenciales.
Lo dicho, prevalece la percepción que la Güera puso en su aguda observación, aunque en esta vez lo apliquemos a un suceso político. En fin, se necesitan mexicanos comprometidos con las instituciones democráticas, que estén convencidos de que se requieren un amor acendrado a su país y un sentido común para resolver los problemas. El país está en ascuas pues las cosas no pintan lo bien que se quisiera. Hay demasiados sentimientos encontrados que flotan por encima de las frases optimistas de quienes ven el vaso medio lleno, cuando en realidad no queremos darnos cuenta de que, hace un buen rato, está vacío. Es malo que los nuevos consejeros vayan etiquetados, cobijados uno a uno por los diferentes partidos políticos. En el reciente pasado del IFE, a Luis Carlos Ugalde se le achacó el hecho de que su encumbramiento haya obedecido a que contó con el apoyo de una influyente líder sindical. Eso se reflejó en su actuación durante las elecciones presidenciales pasadas, que dejó un pésimo sabor de boca, provocando su salida antes de que concluyera el periodo para el que fue nominado. ¿Será mucho pedir que el nuevo IFE se desempeñe con respeto a la voluntad expresada por el ciudadano en las urnas?