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Cuatro de julio

Jaque Mate

Sergio Sarmiento

“Nada es más peligroso que la victoria”.

Yuri Lotman

En algún momento en el camino Estados Unidos perdió el rumbo. De ser un país idealista, deseoso de eliminar los sistemas de clase de la Europa de la que provenían sus inmigrantes, de crear un régimen de libertades personales, religiosas y económicas, hoy se ha transformado en la mayor potencia imperial del mundo. No sólo busca imponer su ley a países a decenas de miles de kilómetros de distancia, sino que sostiene que las reglas de la justicia internacional pueden aplicarse a todos menos a él.

Algo han hecho bien los estadounidenses a lo largo de dos siglos y cuarto de existencia de su nación. Son el país que inventó la democracia moderna y que estableció por primera vez un sistema de equilibrios que impidió que algún gobernante pudiera ejercer un poder excesivo. De hecho, la Unión Americana nunca ha tenido un dictador, al contrario de lo que ha ocurrido en la enorme mayoría de los países.

Estados Unidos entendió muy temprano los beneficios de la libertad económica que había surgido en Inglaterra y los Países Bajos y la adoptó para convertirse en la primera gran economía de mercado del mundo. Esta decisión se convirtió en base de su prosperidad y a la postre en fundamento de su poderío militar. No deja de ser paradójico, sin embargo, que a pesar de su régimen de libertades, la Unión Americana mantuvo desde su fundación un sistema esclavista, que perduró en las leyes hasta la segunda mitad del siglo XIX y en los usos y costumbres hasta finales del XX.

Durante mucho tiempo Estados Unidos fue reacio a involucrarse en los conflictos internacionales. Su participación en la primera y la segunda guerra mundiales se produjo más por obligación que por convicción. En contraste, sus ejércitos invadieron con frecuencia a países pequeños del mundo, especialmente en el continente Americano, como Cuba y la República Dominicana, pero también en lugares tan lejanos como Hawaii y las Filipinas.

Después de la Segunda Guerra Mundial, en la que su participación fue decisiva para derrotar a las potencias del Eje fascista, Estados Unidos se convirtió en contrapeso a una Unión Soviética en franca expansión imperialista. La consecuente Guerra Fría afectó a muchos países. Y si bien puede argumentarse, como siempre lo hicieron los gobernantes estadounidenses, que la Unión Americana representaba el lado bueno del conflicto frente a la villanía de la URSS, Washington sostuvo muchas veces a dictaduras execrables, como la de Augusto Pinochet en Chile, en aras de combatir el comunismo.

En algunos casos la confrontación con el comunismo resultó contraproducente. Hay buenas razones para argumentar, por ejemplo, que la intervención militar estadounidense fortaleció y legitimó al régimen comunista de Vietnam del Norte y permitió su triunfo sobre el Sur. Han tenido que pasar tres décadas para que un Vietnam unido haya empezado a adoptar una economía de mercado ante la necesidad de volverse más eficiente. Esta transformación habría empezado quizá mucho antes de no haberse dado la intervención militar estadounidense. De la misma manera, puede argumentarse que la política de hostigamiento de Washington a Cuba ha sido el sostén principal de la dictadura de la familia Castro.

Hoy Estados Unidos festeja un aniversario más de su independencia. Lo hace con el entusiasmo de una nación de acendrado patriotismo, convencida de que representa a un pueblo moralmente superior a los demás. La guerra en Irak, sin embargo, es un recordatorio de que el país ha heredado la tradición imperialista que los fundadores de la república rechazaban en las potencias europeas. Los abusos cometidos en la lucha contra el terrorismo, como la encarcelación de sospechosos sin juicio en la base militar de Guantánamo o los malos tratos a prisioneros en Abu Ghraib, nos señalan también que este es un país que con enorme facilidad puede olvidar la importancia de garantizar los derechos humanos.

Hoy Estados Unidos es por mucho el país más poderoso del mundo. Hay que juntar los presupuestos y la capacidad bélica de los siguientes 10 países para obtener una fuerza que pudiera apenas equilibrar la de esta gran potencia. Desde los tiempos de la antigua Roma no había existido una potencia con tan marcada diferencia sobre los demás países del mundo. Ni siquiera la Gran Bretaña imperial se aproximó a la hegemonía de la Unión Americana de hoy.

Hay que preguntarnos, sin embargo, si este gran país no ha perdido algo fundamental al convertirse en potencia. Los fundadores de la nación se vanagloriaban de su democracia, de su capacidad de trabajo, de sus libertades, de su pacifismo y de su sentido de justicia. Hoy esta gran potencia se precia de su capacidad de imponer su voluntad en cualquier lugar del mundo. A los fundadores de los Estados Unidos esto les habría parecido algo completamente opuesto al sueño que buscaban construir.

MALOS RESULTADOS

Pocos investigadores conocen tan a fondo las razones de la pobreza en México como Santiago Levy, antes subsecretario de Egresos y director general del IMSS y hoy economista en jefe del BID. Su nuevo libro, Good Intentions, Bad Outcomes (Buenas intenciones, malos resultados), publicado por la Brookings Institution de Washington, ofrece una contundente explicación de por qué las políticas sociales de nuestro país han resultado no en mayor prosperidad sino en informalidad y pobreza.

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