Hace algunos años escribí en este espacio un artículo con la propuesta de incluir en el diccionario de la Real Academia de la Lengua la palabra “abuelez”; o por lo menos, invitar a quienes hemos arribado a esa condición o estado a usarla cotidianamente, ya que sin desechar las palabras abuela/abuelo, abuelez amplía considerablemente el concepto. En aquella ocasión ofrecí argumentos sólidos que fundamentaban mi propuesta y que no voy a repetir, pero que nuevamente se concretizaron con mayor fuerza en las pasadas vacaciones, cuando mi esposo y yo volvimos a vivir con intensidad la condición de abuelez, que entre muchísimas cosas nos permite a los abuelos entender con total conciencia y claridad el milagro que es ver crecer a un niño lentamente y deslumbrarse con sus conquistas y descubrimientos.
Gracias a la visita de tres de nuestros nietos (Miriam, 9; Abraham y Naomi, 6) acompañados por su mamá, nuestra hija Diana, se conjuntaron maravillosamente dos condiciones: nuestra abuelez y la oportunidad de llevarlos a conocer Cuatrociénegas la pasada semana de Pascua y asombrarnos, a través de sus ojos, de la original belleza del lugar y transmitir a otra generación el cariño y el respeto por la naturaleza.
Para niños que han crecido en la Ciudad de México, recorrer kilómetros de carretera en medio del desierto es una experiencia que pone a prueba su joven paciencia, acostumbrados como casi todos los niños de ahora, a la inmediatez de las gratificaciones. La consabida pregunta “¿Cuánto falta para llegar?” adquiere dimensiones diferentes y se convierte en una nueva prueba para la abuelez, que afortunadamente fue superada con éxito.
Cuatrociénegas nos recibió con un clima cálido y agradable; Arturo Contreras, nuestro guía biólogo, nos acompañó en un recorrido de 6 horas que cubrió casi en su totalidad los sitios de interés, desde las increíblemente transparentes pozas hasta la inusitada blancura de las dunas de yeso. “A Cuatrociénegas hay que venir a entenderlo, no sólo a verlo”, nos dijo Arturo. Este sitio es mucho más que la transparencia de las pozas: es un rincón en el desierto, detenido en el tiempo, hogar de fauna y flora únicas en el mundo.
Debido a la publicidad y difusión internacional que ha tenido a través de la prestigiada revista National Geographic y al canal de televisión Discovery, este extraño y especial territorio de Coahuila ha sido visitado por personas que viajaron desde África del Sur, Australia, Nueva Zelandia, Europa, Asia y por supuesto, desde muchos países de América. Mis nietos se sintieron realmente importantes al ver en el hotel un mapamundi con tachuelitas señalando todos los lugares desde donde han venido a conocer Cuatrociénegas.
La infraestructura para recibir a los visitantes es modesta; muchos prefieren, en lugar de llegar a un hotel, acampar, con todo lo que esta modalidad implica para el medio ambiente. Hay instalaciones preparadas para ello, pero muchísima gente lo hace en donde considera que le gusta más, en los alrededores de las pozas o desde donde se vea mejor la puesta del Sol. Durante la Semana Santa, según nuestro guía, Cuatrociénegas recibe al 80% de los visitantes de todo el año. Reconoce que podría haber más y mejores instalaciones sanitarias, pero que restarían naturalidad al entorno. Lo que sí se consigue ya, dice Arturo, “son camisetas y souvenirs que dicen Cuatrociénegas” (la omnipresente mercadotecnia.)
Ante ese alud de gente, ninguna infraestructura resulta suficiente; lo que sí podría regularse es la cantidad de personas a las que se les permite instalarse. Por la importancia y fragilidad del sitio, un verdadero rincón de vida que se quedó aislado en medio del desierto, sería necesario que hubiera un mejor control en la afluencia de visitas, no permitir un porcentaje tan alto en tan pocos días, pero ésa es harina de otro costal…
Existe un pequeño museo-acuario, propiedad de nuestro guía y atendido por jóvenes voluntarios, donde se pueden conocer ejemplares vivos de la diversa fauna de la región: peces, tortugas bisagra, lagartijas, víboras; mientras escuchaban la explicación de cuántas de esas especies están en peligro de extinción, mis nietos tuvieron oportunidad de sostener en sus manos a serpientes y alacranes vivos; el asombro y el brillo de sus ojos son indescriptibles. Como dice el anuncio de una tarjeta de crédito: minutos que no tienen precio. Igualmente invaluable fue verlos nadar en la poza de La Becerra, hacer “angelitos” en las arenas de yeso, escalar los montículos y otear el horizonte como avezados exploradores, entrar en una gruta y ver auténticas muestras de arte rupestre (mezcladas con “graffiti” del siglo XX) e identificar a Francisco I. Madero y al Varón de Cuatrociénegas en la casa (hoy museo) donde vivió Don Venustiano.
En el estado de abuelez el tiempo alcanza para entender lo que no entendimos como padres y entonces, la vida nos regala una maravillosa segunda oportunidad para amar sin medida, libres de las angustias, culpas y temores que todos los padres sentimos. En la abuelez descubrimos fuentes ocultas de paciencia y restos de fuerza corporal que creíamos perdidas, para llevarlos, ayudarlos a subir, acompañarlos, esperar mientras observan.
Si es Usted abuelo/abuela y no conoce Cuatrociénegas, aproveche un puente largo y llévese a los nietos. ¡Nomás no vaya en Semana Santa!