Hoy Cuauhtémoc tiene 35 años, el ceño aún fruncido, la figura encorvada, pero el plumaje intacto. (jammedia)
Cómo el águila que aguarda el descenso hacia su presa, Cuauhtémoc Blanco sobrevuela desde el noreste estadounidense a la espera de lanzarse en picada, a la orden de Sven-Göran Eriksson, por un trozo de tela verde que le pertenece: la playera con el 10 del Tricolor.
La reclama con la autoridad del que a los 35 años retuvo pirotecnia y contundencia. Que igual la reparte en el Juego de Estrellas de la Major League Soccer, por encima de David Beckham, que desde sus primeros años con el América de sus amores, ese equipo que le catapultó a ser un indiscutible en la Selección de Lapuente, Meza, Aguirre y Hugo.
Siempre encorvado, como si nunca quisiera perder de vista el balón, al Temo lo último que le pasa por la cabeza es esconderse en el rectángulo verde, un color que le sienta, que le hierve en su nombre de emperador Azteca. No importa si es en una Copa del Mundo, Copa América, Concacaf, Confederaciones, Blanco siempre la pide.
Lo hizo en 1998, cuando un gol era de vida o muerte en la fase grupal ante Bélgica. Sólo él podía rematar el servicio de Ramón Ramírez lanzándose casi de sentón al frente y empalmando el balón de zurda para mantener con vida al Tricolor.
Vida que se acostumbró a dar. Cuando tocó el techo en la Confederaciones 1999 y le arrebató el jogo bonito a la verdeamarella en una final irrepetible en el Estadio Azteca.
Vida que se le fue al Tri de Enrique Meza cuando un salvaje disfrazado de trinitario le destrozó la rodilla en las eliminatorias previas al 2002, porque con él se le terminó el genio al Ojitos.
Vida que tuvo que devolverle al mismísimo Aguirre, el exitoso de Osasuna y Atlético, cuando éste relevó a Meza y necesitaba un triunfo para ir a Corea y perdía 1-0 en su visita a Jamaica. No había más opciones, había que echar mano de Blanco, quien apenas se reincorporaba. El Vasco le llamó de la banca y el Temo entró, anotó dos y llevó a México a una nueva participación mundialista.
Hoy Cuauhtémoc tiene 35 años, el ceño aún fruncido, la figura encorvada, pero el plumaje intacto.
La ciudad de los vientos le ha marginado de los berrinches y le ha pulido el genio.
Y mientras la eliminatoria previa a Sudáfrica se acerca y Eriksson busca talentos en cada estadio de territorio mexicano, hay un pedazo de tela verde que aguarda a la vuelta de un viejo dueño. Cuauhtémoc, un águila que sobrevuela listo a lanzarse a la captura de esa playera con el 10 que sólo a él no le pesa.
