“Un patriota debe estar siempre listo a defender a su país de su Gobierno”.
Edward Abbey
Si los problemas del mundo pudieran resolverse con costosas cumbres de políticos -atendidos en magnífico esplendor por sirvientes, asistentes y traductores, rodeados de ejércitos de guardaespaldas y equipos de seguridad- hace mucho tiempo que habríamos superado nuestras crisis. La verdad, sin embargo, es que las dificultades de los pueblos no las arreglan las cumbres de los políticos; si acaso, las agravan.
La crisis financiera que estamos viviendo es producto, simple y llanamente, de la irresponsabilidad de los gobiernos y especialmente del estadounidense. Los políticos han mantenido desde hace años políticas dispendiosas de gasto público y han inyectado dinero a la economía en un intento por evitar los costos políticos de una recesión. Al final la recesión era inevitable. Las medidas de los gobiernos sólo la han retrasado; y, en todo caso, han hecho que llegue con más fuerza y capacidad de destrucción.
Los políticos no entienden lo que ha ocurrido porque se les ha enseñado a enfrentar los problemas con gasto público y burocracia. Así, a una crisis provocada por una burbuja que surgió de una excesiva expansión del crédito y un gasto gubernamental deficitario, los bancos centrales están respondiendo con mayores inyecciones de dinero y de crédito y los gobiernos con mayor gasto deficitario. Y después los políticos se preguntan por qué la medicina no está funcionando.
Si bien uno puede entender que al entrar a una recesión las autoridades financieras deben liberar el crédito, con el fin de generar lo que los expertos llaman una reacción contracíclica que suavice la contracción, también hay que estar conscientes de que la crisis no se resolverá simplemente por aplicar -aumentadas- las políticas que provocaron la enfermedad.
Así como la solución al problema de los precios altos fueron los precios altos, y hoy vemos que la disminución de la demanda ha generado una caída generalizada en las cotizaciones de los alimentos y otras materias primas que provocaron inflación y hambre en 2007 y la primera mitad de 2008, así también debemos entender que la solución de la actual crisis financiera pasa necesariamente por una recesión. Ha sido, de hecho, la resistencia de los gobiernos, y en especial de Washington, a permitir una recesión natural lo que ha acumulado la presión que está provocando lo que hoy puede convertirse en la peor recesión en tres décadas.
La contracción permitirá un necesario “desapalancamiento” (reducción de la deuda, en español común y corriente) de la economía. Esto es particularmente necesario en Estados Unidos, donde el aumento de la deuda en los últimos años ha sido brutal. Otros países del mundo, como el Reino Unido, España e Irlanda, necesitan también reducir su endeudamiento.
Sin embargo, lo que están haciendo hoy los gobiernos del mundo es tratar de evitar la recesión aumentando la deuda pública y privada e inyectando dinero que no existe, en crédito, a las economías. Las tasas de interés son ya negativas, con lo que desaparece cualquier incentivo para el ahorro, en tanto que los gobiernos están aumentando desaforadamente sus deudas al gastar dinero en rescates de bancos y de empresas de todo tipo.
Pero el dinero del gobierno no resuelve los problemas. Por ejemplo, los fabricantes de automóviles de los Estados Unidos están pidiendo miles de millones de dólares en garantías del Gobierno para enfrentar sus problemas financieros. Cualquier dinero o crédito que se entregue a estas empresas, sin embargo, no servirá de nada mientras éstas no se vuelvan más competitivas. Para ello necesitan nuevos contratos con los sindicatos, porque sus costos laborales son mucho más elevados de los que prevalecen en el resto del mundo.
Nada de esto, por supuesto, ha sido parte de la agenda de discusión ni en la cumbre de Washington ni en ninguna otra de las reuniones de alto nivel a las que los políticos acuden regularmente. Los gobernantes han preferido ofrecer en estas cumbres discursos políticos en los que lamentan la falta de supervisión de los mercados financieros, sin entender que han sido sus propias estrategias económicas, y no la libertad de los mercados, lo que ha ocasionado el desastre. Pero mientras lo entienden le siguen cargado el costo de las cumbres a los contribuyentes que dicen estar defendiendo.
DERIVADOS
Uno de los villanos a los que se ha buscado culpar de la crisis económica son los llamados derivados. Se trata de instrumentos financieros, como las opciones y los futuros, que derivan su valor de factores adicionales al precio inmediato de algún activo. Los derivados permiten, por ejemplo, comprar o vender productos a un precio futuro. ¿Son tan malos que deberían prohibirse, como lo exigen algunos políticos? El Gobierno de México utilizó derivados para vender la mezcla mexicana de exportación a 70 dólares por barril en 2009 y así garantizó el presupuesto de gasto que se basaba en este precio. Si la cotización del petróleo mexicano permanece a los actuales 40 dólares, el Gobierno habrá evitado un desastre el año que viene. Si hubiera estado más arriba, en cambio, habríamos perdido dinero. Como vemos, los derivados no son ni buenos ni malos. Todo depende de cómo se utilicen.
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