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Cumple un siglo la tradición de comer uvas

La costumbre española, adoptada en numerosos
países de Latinoamérica, de tomar las uvas al ritmo de las 12 campanadas de la Nochevieja, para contribuir a la prosperidad y felicidad del Año Nuevo, va a cumplir un siglo.

La costumbre española, adoptada en numerosos países de Latinoamérica, de tomar las uvas al ritmo de las 12 campanadas de la Nochevieja, para contribuir a la prosperidad y felicidad del Año Nuevo, va a cumplir un siglo.

El Universal

Para ver hechos realidad los deseos, el ritual manda que se despida el año tomando las ‘doce uvas de

la suerte’, una por cada mes, al compás de cada una de las doce campanadas del reloj.

La costumbre española, adoptada en numerosos países de Latinoamérica, de tomar las uvas al ritmo de las 12 campanadas de la Nochevieja, para contribuir a la prosperidad y felicidad del Año Nuevo, va a cumplir un siglo.

Para ver hechos realidad los deseos, el ritual manda que se despida el año tomando las “doce uvas de la suerte”, una por cada mes, al compás de cada una de las doce campanadas de reloj que marcan la medianoche del 31 de diciembre.

La creencia popular sitúa el origen de esta tradición en 1909, cuando la extraordinaria cosecha de uvas de esa temporada llevó a los viticultores españoles a repartir el excedente y alentar el consumo para atraer la buena suerte.

Sin embargo, como suele pasar con las tradiciones, hay argumentos discrepantes. En esos años, a principios de siglo, había hambre y por tanto hablar de excedente es arriesgado, teniendo en cuenta además que las cosechas de uva por entonces eran pequeñas.

Pero, sobre todo, “con los medios que había en la época, llegar a finales de año con uva fresca era muy difícil, e imposible que se llegase a tener abundancia o excedente”, dijo Luis González, director del Consejo Regulador de la Denominación de origen de la Uva de Mesa embolsada de Viñalopó.

Viñalopó es una comarca de la provincia de Alicante y “es la zona que se recuerda de más antigüedad de viñedos de uva de mesa, que no de vino”, explicó González para quien no hay datos que confirmen ni el lugar, ni la fecha y año del inicio del ritual. Desde luego en el impulso al consumo masivo de uva en esta época tuvieron mucho que ver los cosecheros que fueron capaces de promocionar hábilmente sus productos, mucho antes de que se desarrollaran las técnicas de “marketing”.

En esa comarca del levante español, los mayores sí recuerdan que alguien les contó que algún lugareño guardó, como singular y exquisito postre para la cena de Nochevieja, granos de uva suficientes como para que cada comensal los tomara cuando el reloj diera la medianoche.

¿Esa cena pudo ser en el año 1909? “No hay constancia, pero a partir de ahí, pudo funcionar el ‘boca a boca’ y se puede hablar de la generalización de la costumbre a partir de los años veinte, más aún hacia los años cuarenta, que coinciden con la puesta en marcha de la técnica de embolsado de racimos, que permite retrasar un mes el proceso de maduración de la uva”, señaló el directivo.

Lo que es indiscutible es el progresivo protagonismo navideño de estas bayas comestibles fruto de la vid, ricas en antioxidantes, fósforo, potasio, hierro y vitaminas, de las que se consumen en España, en la última semana del año, entre un millón y medio y dos millones de kilogramos.

PROTAGONISMO

El centenario postre de la cena de San Silvestre se fue incorporando de forma imparable a los festejos populares y espontáneos para despedir un año y recibir al siguiente en las plazas de los pueblos, donde se concentraban los vecinos para escuchar juntos las doce campanadas del reloj más emblemático del lugar.

Madrid no fue una excepción y cuentan las crónicas que la Nochevieja de 1930 el mismísimo Alfonso XIII, abuelo del rey Juan Carlos I, se mezcló con los madrileños la noche de San Silvestre y recibió al Año Nuevo en la Puerta del Sol, en pleno Centro de la capital de España.

Una treintena de años después, y perfectamente arraigada la popular fiesta que se montaba bajo el reloj de la Puerta del Sol, llegó la bendición definitiva de la unión de hecho entre campanadas y uvas: el 31 de diciembre de 1962 Televisión Española comenzó a transmitir “las 12 campanadas”.

Los emigrantes van con sus costumbres de un lugar a otro y los 260 mil españoles que viven en Argentina, la mayor colonia española en el exterior, tomarán las uvas esta noche. Los granos de esa fruta se asomarán también a las nocheviejas de Latinoamérica.

Los enigmas que existen en torno al origen de “las 12 uvas” afianzan aún más la leyenda y, como se dice popularmente para augurar una larga espera, “nos van a dar las uvas” intentando aclarar quiénes y cómo hicieron de la uva un postre estrella, sin necesidad de aderezo o adorno alguno.

Alarma engordamiento forzado de patos

En medio de la crisis económica mundial, el foie-gras (hígado de pato) se traduce en un producto de lujo para los franceses habituados a consumirlo durante las fiestas de Navidad y Año Nuevo. En los anaqueles de los supermercados 200 gramos puede alcanzar un costo promedio de 15 euros, más de 300 pesos, aunque su precio puede ir a la alza dependiendo de la marca y la cantidad.

Pero detrás de cada bloque de hígado de pato que llega a la mesa en estas fiestas, hay una luz roja de alarma que se enciende: la Sociedad Protectora de Animales (Société Protéctrice des Animaux-SPA-) y la asociación Éthique Animaux L214 mantienen su campana Stop Gavage, por la abolición de la producción industrializada de foie-gras. Estas Organizaciones No Gubernamentales denuncian que en Francia los pequeños productores de hígado de pato representan solo el 12 por ciento, mientras que el resto se concentra en una producción a escala industrial provocada por el engordamiento forzado de esta ave.

Estas organizaciones reportan que en 2007, 39 millones 190 mil patos fueron engordados para producir hígado en Francia. La mayoría de las aves, un 75 por ciento, fue colocad en jaulas minúsculas individuales de 20 centímetros de largo, en las cuales no pueden ni estirar una ala. Las aves engordadas son mayoritariamente machos, el 97 por ciento, y el tres por ciento restante hembras.

Hasta un kilo de paté de maiz se les inyecta en cuestión de segundos con la ayuda de bombas neumáticas o hidráulicas. Al paso de 12 días, son conducidos hacia el matadero y son convertidos en hígado, confit o magret. Durante el periodo de engorda el hígado alcanza hasta 10 veces su tamaño normal. Este tipo de práctica, insisten estas organizaciones, atenta contra los derechos de los animales. (Por Socorro Ruelas)

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