Andábamos por estas calles del Señor, llenos de entusiasmo y optimismo.
Veíamos con ojos de alegría el deambular de la gente, a las que se les notaba el gusto por la vida, cuando de pronto, al doblar una esquina nos topamos con Don Quejumbres.
Su aire, su continente era el mismo, aunque ahora, por el frío, andaba enchamarrado, con boina y hasta con bufanda.
Pero era el mismo de siempre. Apenas nos vio y empezaron sus quejas, sus molestias, sus enojos, sus críticas, etc., etc.
De haberlo visto más lejos hubiéramos tratado de evitarlo, porque como dicen los chavos, emana “malas vibras”.
Pero ya estábamos frente a él, y por educación volvimos a escucharle su plática llena de enojos por todo. Que las alzas, que la gente, que el gobierno, que el frío, que los gastos de Navidad, que los que se decían sus amigos, etc., etc.
Y nosotros tan optimistas que andábamos.
Este señor, al verlo de lejos, tiene la cara de amargura, su caminar es hasta enojado y siempre está en contra de alguien.
Algún tiempo como que se enojó con nosotros y de lejos parecía que mascullaba algo. Fue una época feliz para nosotros, pero luego se reconcilió con él mismo y nos volvió a dirigir la palabra.
Qué terrible ha de ser tener tratado diario con él.
Afortunadamente hay pocos quejumbrosos cerca de usted y de nosotros.
Porque la mayoría de las personas tienen otra forma de ver hasta la adversidad. Para ellos hay un mundo mejor, a pesar de los pesares.
Si Don Quejumbres cambiaría, tal vez otro sería su vivir, pero, está difícil.