“El tuyo –nos dijo abuelito aquel día- constrúyelo tú”.
Se le notaba triste. Le habíamos dado la noticia de que íbamos a dejar la tranquilidad y seguridad de nuestro pueblo para ir en busca de más conocimientos, de más fuentes que alimentaran nuestra curiosidad de conocer más.
Y agregó: “Se me irá mi compañerito, el que va los domingos conmigo a abrir la iglesia, el que tiene su rozadera con la que me ayuda a cortar la alfalfa, el que me ayuda a despachar en la tienda, pero así es la vida. Nada es para siempre”.
Sus palabras nos pusieron también tristes y no pudimos ocultar las lágrimas, pero los deseos de aprender, de conocer de saber qué había atrás de las montañas nos hicieron cambiar el rumbo de nuestra vida.
El destino es un término difícil de explicar. Unos lo relacionan con situaciones y acontecimientos ya marcados para cada quien, otros, el resultado de nuestras propias acciones.
Cambiar de aires, empezar otra vida en otro lugar con gente desconocida, no es fácil para nadie. Quizá solamente algunos pueblos, como el húngaro, tengan como costumbre andar de aquí para allá, sin detenerse largamente en alguna parte. Nosotros batallamos para encontrar la paz y la tranquilidad, así como los medios adecuados para triunfar.
Muchos de nuestros amigos, con los que crecimos en los años de la escuela primaria se quedaron en el pueblo. Ahí siguen, otros muchos salimos a los caminos de la vida, a luchar, a poner cimientos en tierra extraña, y a buscar aportar algo de lo que podemos devolver como muestra de nuestra gratitud por habernos aceptado.
Y es que el otro día encontramos unas letras de abuelito donde decía que estaba feliz de que estuviéramos en esta Casa Editora, en la que fue corresponsal su hijo Carlos, y leyendo nos vinieron a la mente tantos recuerdos, de tiempos en los que él, con buenas enseñanzas sobre la honestidad, el buen trato a los demás, el respeto al prójimo, ponía las bases firmes de una obra en la que seguimos tratando de poner día a día más ladrillos, tratando de alcanzar el cielo, tarea en la que se han unido, por cuestiones del destino, nuestros mismos hijos.
