Más bien el resultado de quienes nos formaron, eso somos.
En casa llegaron las primeras enseñanzas.
Desde caminar hasta hablar y conducirnos lo mejor posible por los caminos de la vida.
Y luego vino el complemento en nuestras escuelas.
Y en ellas encontramos a grandes amigos, a los que con respeto y cariño llamamos, maestros.
Y el pasado jueves vinieron a nuestra mente los primeros mentores, los que empezaron a llenar de útiles conocimientos nuestra mente.
A veces, por las noches, cerramos los ojos y otra vez vamos a la niñez pueblerina, con nuestra silla que cargábamos hasta la escuelita que Lupe Villa tenía cerca de casa.
El lugar estaba lleno de chiquillos llorones, renglón en el que destacábamos, decía la querida maestra años después.
Luego con la señorita María Luisa. Después, brevemente al Colegio de las Madres y por fin a la querida Escuela Ramón López Velarde donde destacaba “Lolito”, un polifacético maestro que había sido también mentor de nuestros padres y quien llegaría a tener tantos años como Matusalén, y dicen vivió sus últimos años en La Laguna, donde se quedó para siempre.
Quizá porque hicimos la secundaria ya grandes, casados y con hijos, fue que gozamos más esta etapa, lo mismo que la preparatoria y la carrera universitaria de Leyes.
En cada salón, por donde fuimos pasando, encontramos como maestros amigos inolvidables, muchos ya se fueron y a los que quedan los tratamos con gran afecto, sin ocultar nuestro agradecimiento y respeto por lo que nos regalaron sin reservas.
Para nuestros maestros, los del kinder hasta los de la carrera universitaria un recuerdo de gratitud y de aprecio de uno de sus más inquietos alumnos, que todo lo quería aprender, aunque se le hayan quedado pocas cosas en la cabeza.
