A temprana edad entramos en contacto con ella.
Primero en forma oral, con narraciones fantásticas, después en forma escrita con nuestras primeras lecturas.
En la tienda de papá, escuchábamos embelesados las pláticas de los villistas, recordando sus hazañas al lado del Centauro del Norte.
Gracias a mamá pudimos unir letras hasta formar nuestras primeras palabras. Era como un juego entre ella y nosotros.
Busca una m, decía ella, ahora una a.
Y así que cuando llegamos con la maestra Lupe Villa mostrábamos un poco de adelanto.
En la tienda de abuelito, abajo del mostrador, había revistas tituladas La Hacienda, así empezamos a disfrutar de nuestro aprendizaje escolar.
Y después, Tío Chuy nos regaló Las Mil y una Noches, un viejo libro muy usado, muy ajado, pero que nos adentró en el mundo de las fantasías.
Gracias a la palabra seguimos con esa inquietud que desde que llegamos a esta casa tuvimos por el periodismo.
Gracias a ella pudimos conocer muchos lugares, primero nuestra región y luego del país y del mundo para plasmar con ella nuestras vivencias y experiencias.
Gracias a ella pudimos un día cumplir el gran sueño de estar ante La Mona Lisa, en el Louvre de París y transmitir lo que sentíamos estando ahí como hipnotizados.
Hemos usado la palabra tanto y tantas veces. El otro día entramos a la hemeroteca y nos dimos cuenta que van más allá de cincuenta años de estar en contacto con ustedes a través de la palabra, de lo que contamos aquí y recogemos por allá.
Bendita palabra, cuánto te debemos.
