Éstas, tienen en nuestra vida etapas interesantes.
De niños, aparecieron los primeros temores a la oscuridad.
Y fueron nuestros abuelos los que nos enseñaron a gozarlas.
A los dos, les gustaba ir a sus huertas para observar las estrellas y para contarnos relatos que habían vivido.
Luego, en la tienda de papá, allá en el Barrio Prieto, las noches eran de tertulia, con hombres de anchos sombreros y gruesas cobijas, para protegerse del frío, y poder contar a sus anchas las hazañas vividas en la Revolución, al lado de Pancho Villa.
Jóvenes llegamos a esta casa, y las noches se convirtieron en jornadas de trabajo que se alargaban hasta las dos o tres de la mañana, dependiendo de la temperatura y de los resultados que la anilina otorgaba a las láminas de zinc donde quedaban grabadas las fotografías.
Pero siempre buscamos disfrutar las noches, porque son ideales para pensar, para leer, para escribir, para platicar con los seres queridos.
Esto lo escribimos de noche.
Afuera hace frío y este temporal nos ha regalado un resfrío del que no podemos salir tan fácil como antes.
Pero esto no impide que estemos alegres y optimistas, escribiendo para usted estas líneas, y buscando motivarlo para que cada noche la disfrute como mejor le acomode.
Las noches son por lo general para descansar, menos para los que hemos tenido los horarios cambiados para estudiar, trabajar y divertirnos.
Estas noches invernales son apropiadas para leer, y volvemos a encontrarnos con el Ulises Criollo de José Vasconcelos, y releemos la parte en la que habla de estas tierras y las de Durango, por donde anduvo.
La oscuridad sirve para pensar mejor y para gozar la quietud de sus horas.
