Como hacía mucho tiempo no ocurría.
Vamos por el camino y vemos a la gente quitando la hierba que hoy cubre sus tierras de sembradíos.
Y más adelante nos detenemos y platicamos con unos campesinos que combinan sus sentimientos.
Estamos alegres, -nos dice uno de ellos, y agrega-: Porque al fin tenemos la lluvia visitándonos, lástima que haya sido tanta que nos está echando a perder la cosecha, pero de algo nos servirá para cultivos de invierno.
Otro se queja de las goteras de su casa y de lo que tendrá que trabajar para reparar los techos cuando el temporal haya pasado.
Seguimos avanzando y hoy los campos son de un verde intenso por todas partes, hasta los cerros se han alegrado con tantas lluvias.
Fue hace 17 años cuando el Señor nos dio otra oportunidad de vida, precisamente en la anterior ocasión en que el Río Nazas volvió a cobrar vida, al soltar los excedentes de las presas de El Palmito y de Las Tórtolas.
Curiosos, como siempre hemos sido, un día decidimos ir a ver el correr de las aguas cerca de la presa de San Fernando.
Nos acercamos mucho, hasta donde terminaba el pavimento de la carretera del vado que va a la colonia de El Centauro. Nunca imaginamos que las aguas habían carcomido la tierra bajo el pavimento y que éste ya casi flotaba. Con nuestro peso, por ese entonces un poco excedido, el piso se hundió y nosotros también.
En un santiamén estábamos tragando agua y en una especie de remolino. Afortunadamente sabíamos nadar y eso nos ayudó a buscar inmediatamente la orilla.
Cerca, la gente que estaba gritaba desesperada y cuando por fin pudimos salir, hasta aplausos hubo. Un querido familiar que nos acompañaba nos veía con sorpresa, pues se había retirado para comprar un coco de agua y cuando regresó ya estábamos empapados, asustados y resucitados.
Desde entonces nos alejamos de las orillas de las aguas de los ríos.
Y es muy cierto lo que se ha dicho siempre: Al Nazas, hay que respetarlo.