Éstos, no existían allá en nuestra niñez.
Para nosotros, las vacaciones era tiempo de descansar, de disfrutar a la familia, de viajar con parientes que vivían en ranchos cercanos y disfrutar de la vida del campo, con sus costumbres y sus comelitonas tan especiales, sazonadas con quesos, chorizo, carne, lo mismo de cerdo que de res, conejo y hasta de venado.
En nuestro tiempo, las vacaciones era oportunidad incluso para conocer todos los rincones del pueblo y realizar caminatas que eran especie de competencia, hasta el poblado cercano de Juan Aldama, con premio especial para quien llegara primero al Ojo de Agua donde nos bañábamos y comíamos.
Pero a nuestros hijos ya les cambiaron las vacaciones.
Por su tiempo ya estaban los cursos de verano, y aprovechamos para que aprendieran a nadar en las instalaciones del Seguro Social de Gómez Palacio, bajo la dirección de Jesús Parada Lira y les tocaron también las clases de dibujo con Roberto Pérez que se iniciaba en estas tareas.
Los cursos de verano han ido evolucionando y a nuestros nietos ya les están tocando los que comprenden reforzamiento de materias educativas, preparándolos para el mismo kinder y el inicio de la primaria.
Los cursos de verano deben escogerse muy bien, pues deben impartirlos personas muy capacitadas y muy cuidadosas de los niños.
Uno pone en manos de los maestros seres inquietos que gustan de la diversión, muchas veces sin medir los peligros.
Hoy los cursos comprenden actividades deportivas al por mayor, teniéndose preferencia por los de natación, donde hay que redoblar los cuidados.
Estos cursos no deben ser una oportunidad para que los padres descansen de sus hijos, sino un tiempo bien empleado para los menores, con enseñanzas que les sean útiles mañana.
Por ello, escoja muy bien a donde manda a sus hijos este verano.
