Hace mucho tiempo que no nos vemos.
Pero cada día tratamos de hacer las obras que usted nos encargó.
Cómo olvidar aquél día en que nos encontró llorando, después de que el médico nos había comentado lo de su salud.
¿Por qué llora hijo? –nos preguntó- y luego con esa serenidad tan suya agregó: No esté triste, todos nos vamos algún día, pero yo no lo quiero hacer, porque quiero estar aquí mientras usted viva, y a través de sus acciones vivir con más intensidad.
Y cómo olvidar las veces que visitábamos el pueblo y en casa usted tenía siempre huéspedes a los que les daba albergue porque no lo tenían.
Y aquel día en que le dijimos: Mamá, Dios nos ha ayudado y en el trabajo nos van mejorando. Hasta podemos comprarle una casita en otra parte.
Y usted, enojada se quedó viéndonos y nos dijo muy sentida: Si te avergüenzas por venir a verme en este callejoncito, ya no vengas. Yo aquí me quedaré, no iré a otra parte y aquí moriré porque estoy entre gente buena y noble.
Y respetamos su voluntad.
Ayer, como todos los días, al celebrarse el Día de las Madres, la recordamos y fuimos a la iglesia a mandarle desde ahí una oración. Fue un Diez de Mayo el día que la vimos por última vez.
Esta semana vino Rafael, un jovencito que nos trajo a toda la familia un mensaje de amor y de ternura. Tiene tantos sueños y también tantas carencias. A todos nos impactó y si usted hubiera estado le habría dado lo mejor de lo que tuviera.
Mamá, cómo decirle que cada día la quiero más y que la extraño tanto. Cómo nos hubiera gustado que conociera a los nietos que tienen tantas cosas de nosotros.
Cada vez que ponemos una nueva planta en casa lo hacemos por usted, por su amor por nuestro jardín y por la vida misma.