Nuestro pequeño nieto de cuatro años se acerca y nos acaricia la cabeza.
Es muy inquieto, medio travieso, pero anda en esos días querendones, algo en lo que también es único, pues hasta se ha ganado el mote de “Don Amoroso”.
Mientras revuelve nuestro pelo nos pregunta:
¿Tito, por qué tienes el pelo blanco?
Su pregunta nos gusta, porque tenemos mil respuestas, y le decimos: Es el polvo de todos los caminos por los que hemos andado después de muchos años.
Él se toma su ensortijado cabello y nos vuelve a preguntar: ¿así lo tendré yo cuando sea grande?
Son momentos gratos los que vivimos al lado de los nietos, cada uno con sus ocurrencias. El mayor con seis años ya es un experto en computadora y además un buen nadador, y la niña ya es especialista en cosmetología, en ponerse los zapatos de tacones de mamá y en presumirnos de que ya es una señorita, cuando apenas tiene cuatro años.
Cuando éramos niños y vivíamos en casa de Tío Pablo, un día nos contrató para quitarle las canas. A peso cada una nos dijo. Hicimos el cálculo y pensamos que ya tendríamos para gastar todo el mes. Y ahí estamos quitándole cana tras cana.
Cuando él se cansó nos dijo, párele y mañana le sigue.
Tuvo que salir de viaje y tardó, cuando regresó le vimos la cabeza y pensamos que nuestro primer negocio, quitando canas iba a la alza, pero por más que nos afanamos nunca terminamos nuestra tarea y el pago no llegó nunca. Nuestro primer negocio fracasó.
Cuando las canas empezaron a abundar en nuestra cabeza alguien nos sugirió retocarlas, era un problemón, así que un buen día decidimos dejarlas que se esparcieran por toda nuestra cabeza a sus anchas, ellas contentas y nosotros también.
El paso de los años aparece por todos lados y no se puede ocultar, por más luchas que se hagan, así que mejor disfrute su edad y agradezca al Señor que le esté permitiendo quedarse un ratito más en este Valle, que puede ser tan agradable como usted lo desee y haga lo necesario para que así resulte.
