Estaba fresco.
Casi al amanecer había caído la lluvia y había dejado charcos por doquier.
Fuimos a caminar, porque nada mejor que respirar aire puro antes de que la luz del día lo inunde todo.
Y fue de nuevo una experiencia inolvidable.
Este campo lagunero es diferente, único.
Los muchos días de sol que tiene, ponen a prueba a seres humanos y plantas.
No cualquiera resiste las altas temperaturas y sus sequías.
Las siluetas empezaban a tomar forma y por doquier los pajarillos animaban con su alegría la mañana. Aún no buscaban alimento, solamente pasaban lista de presentes y nos dedicaban sus mejores trinos.
Pensamos que mucha gente aún estaba en cama, dormida o haciéndose la remolona para no levantarse.
Y nosotros ya disfrutando de la naturaleza y sus encantos.
Seguramente estábamos tomando ya la primera ración de vitamina para el cerebro, con mucha paz, tranquilidad y pensamientos positivos.
A muchos les haría bien ir temprano al campo, a respirar aire puro, a ponerse en paz consigo mismo.
Iniciamos una caminata que poco después la convertimos en ligero trote.
¡Qué bendición hacerlo!
Por la vereda vimos acercarse a un hombre sobre un burrito.
Algo llevaba a vender y nos saludó con su clásico: “Buenos Días le dé Dios”.
Nos sentimos mucho mejor.
Parecía que éramos niños y estábamos de nuevo en nuestro pueblo. No habían pasado los años, ni nada, todo parecía igual, hasta la santa paz del campo.