¿Cuánto tenemos yendo ahí a descansar?
Son ya varios años, y conocimos del lugar ubicado junto a Villa Corona, Jal., por “Ñeca” la amiga de la familia, que tiene a su hija Lupitina viviendo cerca, en San Martín, Hidalgo.
Ese año, en que todo esto inició, Emiliano, de apenas 32 años, en su lecho donde se despedía de este mundo nos había hecho el encargo de sus dos pequeñas hijas, Daniela y Marielita que ya estaban dentro de la familia pero se fueron más al fondo con esa partida prematura de su padre.
¿A dónde llevarlas a distraerse un poco, a buscar la paz y el consuelo? Entonces Ñeca sugirió Chimulco, con su tranquilidad y sus aguas termales.
Ahí aparecieron amigos inapreciables, que trabajaban en el lugar, como doña Ramona, como Lupe, Velia y su Chava, Martha y muchos más, y alguien muy especial que vivía cerca, en la misma montaña, Goyita, y en las oficinas Rocío.
Todos nos ayudaron con las niñas que crecían a nuestro lado, y que Dios se los pague.
La amistad con tanta gente del lugar se formalizó con las años y el trato. Hasta parece que somos de allá.
Ahí vamos cargando con todo lo que juntamos en la misma familia. Son vacaciones diferentes a las que nos presumen algunos conocidos que van a las playas o a Europa. No tenemos los medios para hacerlo pero nos da gusto ir a compartir el pan y la sal con amigos tan especiales que nos reciben en su casa donde cocinan los nopalitos de sus huertos familiares o los taquitos de frijoles de Velia.
Daniela es ya una brillante profesionista y Marielita está terminando sus estudios profesionales también con muy buenas calificaciones.
Emiliano debe estar en paz por lo que han hecho sus hijas y quizá por el granito de arena que hemos puesto todos en la familia, y hasta nuestros amigos de Chimulco, por ello, tenemos que repetirlo con el corazón: Que Dios se los pague.
