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DE LO QUE EL SIGLO INFORMÓ

Armando camorra

Súbitamente un escritor de fama perdió la inspiración. Eso nos pasa con frecuencia a los escritores. Yo, por ejemplo, perdí la inspiración cuando apenas empezaba a escribir, y nunca jamás volví a encontrarla. Buscando un tema para su próxima novela el famoso escritor dejó la ciudad y fue a un agreste paraje alejado de toda población. Ahí vio a un campesino, y tras invitarle un cigarro le pidió que le contara algo muy triste que en aquel remoto lugar hubiera sucedido. “Una vez -empezó a relatar el lugareño- se perdió una oveja en la montaña. Todos los hombres salimos a buscarla. Cuando dimos con ella nos emborrachamos, y luego todos tuvimos sexo con la oveja, uno tras otro”. “Oiga -le dice el literato con enojo-. Eso que me ha contado usted no es triste: es una asquerosidad. Cuénteme algo que les cause pesar a los lectores”. “Bueno -responde el campesino-. Una vez se perdió una mujer en la montaña. Todos los hombres salimos a buscarla. Cuando la encontramos bebimos hasta emborracharnos, y luego todos tuvimos sexo con ella, uno tras otro”. “¡Por favor! -se irrita el escritor-. Eso que me ha contado ahora tampoco es triste: es inmoral. Cuénteme algo que en verdad sea trágico”. “Bueno -dice entonces el sujeto-. Una vez yo me perdí en la montaña...”. (No le entendí)... Capronio, hombre ruin y desconsiderado, logró por fin que Dulcilí, muchacha ingenua, le entregara la nunca tangida gala de su doncellez. El salaz individuo venció la resistencia de la imprudente joven valiéndose del ardid que los truhanes usan: le prometió que se casaría con ella. Sucedió, claro, lo que sucede casi siempre: una vez saciado el apetito venéreo Capronio olvidó su juramento y dejó burlada a la inocente. Pocos días después de consumado el cruel engaño iba el burlador en su automóvil cuando vio a una mujer que iba a arrojarse al río desde el puente. Corrió hacia ella y la detuvo en el preciso instante en que la infeliz se lanzaba ya al vacío. Con gran sorpresa vio que la presunta suicida era Dulcilí. “¿Qué haces, malaventurada?” -le preguntó con dramático acento (era lector de Vargas Vila). “Voy a privarme de la vida -responde la muchacha con desesperación-. Estoy embarazada de ti, pero no puedo imponerte la carga de una mujer a la que no amas y de un hijo al que tampoco quieres”. “Caramba, Dulcilí -dice Capronio sinceramente conmovido-. No sólo fuiste muy buena en la cama: también eres bastante comprensiva. Te agradezco el detalle”. Y así diciendo el malvado individuo regresó a su automóvil y se fue... Aquella mañana el marido entró en la cocina. Ahí su esposa, de pie frente a la estufa. Para sorpresa del hombre la señora le dijo ansiosamente: “¡Rápido! ¡Hazme el amor ahora mismo!”. Al tipo le sorprendió bastante aquella demanda perentoria petición, pues casi siempre su esposa se resistía a la dación carnal. Así, procedió a hacerle el amor en la misma forma que siempre se lo hacía, aunque en aquella incómoda postura. Al final del trance le pregunta: “¿Por qué me pediste que te hiciera el amor aquí?”. Explica ella: “Es que en la caja del té dice: ‘Póngase la bolsita en agua hirviendo durante 10 segundos’. No tenía aquí reloj, y 10 segundos es lo que siempre duras”... La secretaria de don Algón se presentó ante él desgreñada y con las ropas en desorden. “¡Señorita Rosibel! -exclama el ejecutivo con alarma-. ¿Cómo es que viene así? ¿Qué le pasó?”. Relata la muchacha: “Fui al cuarto del archivo, y en la oscuridad un hombre me atacó sexualmente”. “¡Qué barbaridad! -exclama consternado don Algón-. ¿Fue un empleado o un jefe?”. Contesta Rosibel: “Estoy segura de que fue un jefe. Yo tuve que hacer todo el trabajo”... ¡Que mis cuatro lectores tengan un feliz año nuevo!... FIN.

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