EDITORIAL Caricatura editorial columnas editorial

De los orígenes de las autofagia de la izquierda

Los días, los hombres, las ideas

Francisco José Amparán

Hace algunos días, en estas mismas páginas, el historiador Lorenzo Meyer rumiaba sobre las razones de por qué a los izquierdistas mexicanos (o los que se dicen izquierdistas en este país) se les daba tan bien el andarse peleando entre ellos. Esto es, que con harta frecuencia son más graves y sonadas las disputas entre supuestos correligionarios que en contra de los adversarios. Meyer apuntaba que la derecha suele cerrar filas (sobre todo en tiempos de crisis o cuando siente amenazados sus proyectos y valores) y no gasta la pólvora en diablitos luchando contra quienes en teoría son sus aliados o compañeros de lucha.

Me gustaría contribuir con mi granito de arena a tan movida reflexión, apuntando algunas observaciones más o menos al desgaire.

Primero que nada, las pugnas internas no son exclusivas de la izquierda mexicana. De hecho, las hallamos por todas partes prácticamente desde que se acuñó el término, allá en la calurosa primavera de 1789, cuando al reunirse los Estados Generales de Francia (algo así como un Parlamento, pero no exactamente) los representantes del clero y la nobleza se sentaron en la parte derecha del auditorio de usos múltiples de Versalles; en tanto que los representantes del Estado Llano, o sea la raza, la pelusa, la chusma, el infelizaje, los de Sol (y Sombra Norte) se situaron a la izquierda. Desde entonces se le denomina así a quienes desean cambios en las estructuras injustas, igualdad social, y promoción y mejoramiento de las vidas de los más fregadones.

Éstos que podemos llamar los primeros izquierdistas, en unos cuantos años se dieron vuelo decapitándose entre ellos. No sólo los jacobinos (o sea los radicales, los que no querían dejar títere con cabeza… y se lo tomaron en serio) casi exterminan a sus compañeros revolucionarios (pero más moderados) los girondinos. Sino que, según las estadísticas, un 70% de los guillotinados en el período del Terror Revolucionario eran campesinos o pequeños artesanos… precisamente a quienes se suponía iba a redimir la Revolución. A fin de cuentas, los que iban a transformar el mundo y lograr la igualdad se entretuvieron tanto apuñalándose unos a otros que ni cuenta se dieron cuando un caudillo chaparrón y muy audaz se coronó Emperador.

Los teóricos del cambio social no cantaban mal las rancheras. Mikhail Bakunin, uno de los padres del anarquismo y un pícaro de siete suelas, solía echarle unas broncotas épicas a Marx: al parecer, nunca se pusieron de acuerdo en nada. Para complementar los pleitos, durante las largas discusiones de la Primera Internacional Socialista, Bakunin le escondía los zapatos a su rival, dado que éste se los quitaba en cuanto podía porque nada más no los había podido hormar. Quizá ese tipo de bromas pesaron para que Bakunin fuera expulsado del movimiento en 1872. Una de tantas escisiones y expulsiones que sufriría el movimiento socialista internacional a lo largo de su historia.

Los socialistas rusos siguieron el mismo patrón. Los radicales de Lenin se declararon “mayoría” (que es lo que significa bolchevique… aunque nunca hubo ninguna votación al respecto) y declararon traidores a los moderados (que sin deberla ni temerla pasaron a ser llamados mencheviques, dizque la minoría). Cuando los bolcheviques llegaron al poder, desataron la furia de la Cheka (no, no era una modelo piernudota y altota: la Cheka fue la primera policía política secreta comunista) contra sus enemigos, entre los que ocupaban un lugar destacado los mencheviques… sus antiguos compañeros.

Más adelante Stalin llevó las cosas al extremo: exterminó a todos los que de alguna manera pudieran hacerle sombra, la mayoría de ellos comunistas sinceros y convencidos. Las Grandes Purgas se llevaron entre las patas a casi todos los que habían acompañado a Lenin en su lucha por el poder. La sed de sangre de Stalin apenas quedó medio saciada cuando finalmente purgó a su último gran enemigo, León Trotsky, en 1940 en Coyoacán.

Durante la Guerra Civil Española, Stalin desparramó hasta allá su ponzoña. Los comisarios comunistas soviéticos se encargaron de perseguir y asesinar a los anarquistas ibéricos… mientras el frente de Cataluña se desmoronaba. Ni cuando se veía inminente la derrota, los comunistas dejaron de matar enemigos del fascismo.

¿Y qué me dicen del Peronismo? Los miembros de este amorfo movimiento de supuesto corte izquierdista se volvieron expertos en matarse unos a otros. Uno pensaría que ello se debía a la ausencia de Perón, exiliado entre 1955 y 1973. Pero ¿a que no saben cómo lo recibieron en el aeropuerto de Ezeiza cuando regresó? Pues con una masacre de peronistas, realizada por peronistas. La historia oficial fue que la “derecha peronista” (¿pues no que eran de izquierda?) le quiso dar una lección a la “izquierda peronista”. En otras palabras: la misma gata, pero revolcada. Como en Tlatelolco, el número de bajas en Ezeiza sigue siendo un ejercicio adivinatorio más o menos truculento. Eso sí: en Ezeiza hubo más.

Bueno, ya estuvo suave. Creo que queda claro que las riñas y pugnas entre izquierdistas son universales y atemporales. La pregunta obvia es ¿por qué? Esbocemos algunas hipótesis, distintas éstas a las propuestas por el maestro Meyer.

Por un lado está el pecado de origen del marxismo: creer que tiene la verdad, toda la verdad y nada más que la verdad (¡Lo juro!), supuestamente porque está apoyado por métodos científicos. Pregúntenle a los soviéticos para lo que les sirvieron esos métodos mientras su imperio se pudría y venía abajo. Pero esta noción de poseer la verdad absoluta en sus manos tiene un efecto psicológico importante: si yo tengo la razón incuestionable, entonces quien me contradiga (en lo que sea, como sea) es un enemigo. Más aún, si quien no está de acuerdo es un compañero ideológico (o de partido, porque en México, bien lo sabemos, no hay ideologías), entonces es un traidor y como tal ha de ser tratado. Si a esa noción de la pureza y la verdad absolutas le sumamos la curiosa tendencia caudillista de la izquierda autoritaria (Stalin, Mao, Castro, Kim Il Sung, Ceasescu… la lista es interminable) entonces encontramos una buena explicación de por qué los denuestos, epítetos y mentadas en la izquierda suelen dirigirse primero que nada hacia los compañeros de al lado.

La noción de tener la verdad histórica de su lado conlleva otra actitud: como los dogmas son sujetos de interpretación (por eso el Vaticano se quitó de broncas declarando la Infalibilidad Papal: nada tontos, los purpurados), quien lo hace de manera errónea está más equivocado todavía que quienes ni siquiera comulgan con esas ideas. El viejo chiste de “junta a tres trotskistas y tendrás cuatro tendencias rivales” solía ser cierto (cuando todavía se podía juntar a tres trotskistas). Algunas de las páginas más patéticas de la literatura latinoamericana se hallan en “Historia de Mayta”, genial novela de Mario Vargas Llosa, en las que se lee cómo un pobre diablo gasta su vida, saliva, neuronas y poco dinero en denostar a quienes se habían separado de su partido por no compartir ciertas ideas, abstrusas hasta la pared de enfrente. Lo más triste es que el partido de Alejandro Mayta estaba compuesto por ¡seis miembros!, y se dedicaba a advertir al proletariado peruano sobre la perfidia y el revisionismo de los tres o cuatro que se habían separado. Por supuesto, el muy consciente proletariado peruano no tenía ni zorra idea de que existían el partido, los disidentes o Mayta.

Éstas son un par de explicaciones que se me ocurren del porqué la tendencia de la izquierda a agarrarse de la greña entre ellos. Concuerdo con Meyer en que la clandestinidad y la represión, que forman parte de la herencia histórica de la izquierda mexicana, juegan un papel en la psicología del perseguido. Pero, mucho me temo, la mayoría de los líderes del PRD en sus inicios no fueron perseguidos: originalmente eran del PRI, del partido en el poder, de los perseguidores.

¿Irá por ahí el asunto? Como decía mi abuela: piensa mal y acertarás.

Consejo no pedido para quedar del lado de los puros (los revolucionarios, no los habanos): Lea “La noche quedó atrás”, de Jan Valtin, llegador relato de un arrepentido. Y lea “Homenaje a Cataluña”, de George Orwell. Provecho.

Correo: anakin.amparan@yahoo.com.mx

Leer más de EDITORIAL

Escrito en:

Comentar esta noticia -

Noticias relacionadas

Siglo Plus

+ Más leídas de EDITORIAL

LECTURAS ANTERIORES

Fotografías más vistas

Videos más vistos semana

Clasificados

ID: 335158

elsiglo.mx