La modelo y conductora Vielka Valenzuela revela que se crió ‘en la calle’. (El Universal)
Cuando se ve en el espejo, Vielka Valenzuela no dice: “Ay, que buena estoy”. Ella entiende que la belleza no está en el glamour. Lo aprendió desde su infancia en Santo Domingo.
Un día se peleó con su mamá y su padrastro. La niña Vielka explotó: “Me voy a vivir con mi abuela”. Y se fue con la abuela Agustina, quien la recibió con una condición: “Tienes que ir a la escuela de modelaje que hay en la esquina”.
Sucede que Vielka Valenzuela gustaba de subirse a los árboles sin pudor, andaba en bicicleta y jugaba rudo como si fuera un niño. “Me crié en la calle”, dice orgullosa.
-En México, a esas niñas les dicen “marimachas”
En Santo Domingo también. Me lo decían todo el tiempo. Pero fueron tiempos felices porque tuve los mejores amigos, la mejor educación, tuve coche antes que todos mis amigos, me fui de reventón desde los 14 años porque tenía hermanos más grandes que me llevaban como mascota.
-¿Cuándo se te quitó?
Cuando mi abuela me puso en esa escuela de modelaje. En realidad sólo viví tres meses con ella porque tenía que ir a la escuela caminando, ya que ella no sabía manejar. En ese tiempo te prefería la comodidad.
-A los 15 años ganaste el concurso de belleza Miss Teenager, ¿ese día descubriste que eras muy bonita?
Te digo la verdad: nunca he pensado que soy bonita. He pensado que soy exótica y un poco simpática. Eso hace que la gente te vea mejor.
-¿Ser una mujer bonita tiene sus ventajas?
Depende, sólo si es importante. Para mí hay cosas más importantes porque si buscas amigos, un novio o un trabajo, importa más lo que pasa por tu cabeza.
-¿Cuándo fue la última vez que odiaste ser considerada bella?
Nunca me ha pasado. Yo no me veo en el espejo y digo: “ay, qué buena estoy”. Lo único que pasa es que cuando eres agraciada físicamente, la gente piensa que no eres una mujer inteligente y tienes que trabajar mucho para demostrar lo contrario.
Vielka Valenzuela ahora mismo trabaja en demostrar talento en el teatro donde actúa con la obra Orgasmos, la comedia. A ella y a Carlos Rivera les tocó mudar la obra del Teatro Diego Rivera al Virginia Fábregas.
Los ensayos fueron más difíciles de lo que se imaginaba. En uno de ellos el pantalón de Vielka se rompió. Luego casi tropieza con un cable y ante tantas desventuras se sentó en el proscenio a punto de llorar. La conductora cuenta: “En ese momento pensé “¿qué hago yo aquí?”. Estuve a punto de renunciar, pero no lo hice y ahora me doy cuenta de que fue una buena decisión”.
-¿Qué olor te recuerda a Santo Domingo?
El olor a salitre. Hay un malecón divino y hasta ahí llegaba el olor del mar.
-De niña también viviste en Maryland, ¿qué olor te recuerda a Maryland?
Me recuerda a pinos; yo viví cerca de un parque y para llegar a la escuela iba en bicicleta.
-Si tuvieras que escoger entre Santo Domingo y Maryland, ¿cuál eligirías?
Santo Domingo porque es un lugar alegre y la gente es divertida, abierta confianzuda, pachanguera.
-¿Cuál regaño de tu abuela Agustina se te quedó grabado?
Mi abuela nunca me regañó, eran puros apapachos. La que me regañaba era mi mamá y tengo grabado un jalón de pelos... ni me acuerdo de la razón, sólo me sacó del baño de los pelos.
-¿Cuál fue la enseñanza más valiosa de tu abuela?
Mi abuela fue tan amorosa que es la única persona con la que yo me podía mostrar cariñosa y con la que podía abrir mis sentimientos. Me sentaba en las piernas y me acariciaba el cabello.
