Para celebrar el principio del nuevo año don Frustracio se dispuso a hacerle el amor a su mujer, doña Frigidia. Apenas había comenzado los iniciales juegos del foreplay cuando ella empezó a quejarse de los males que se vieron durante el año que finó, especialmente la carestía. "Todo está subiendo -decía mientras él se empeñaba en vano en suscitar el interés erótico de su señora-. Está subiendo el teléfono; está subiendo la luz...". Seguía el marido en sus intentos por encender en ella la llama de la pasión sensual. Doña Frigidia, temosa, insistía en sus quejumbres: "Está subiendo también el gas; está subiendo la comida; está subiendo todo". "No todo -le dice don Frustracio, mohíno-. Hay algo aquí que está bajando”... (No le entendí)... El aumento en las gasolinas, no cabe duda, provocará un alza general de precios como aquella que motivaba la fría actitud de esa señora. Con mayor fundamento que los expertos en finanzas las amas de casa pueden decir ya desde ahora que el año que comienza será aún más difícil que el año que pasó. En un país como México la carestía de la vida es el mejor aliado que tiene el populismo. Achtung!... Attenzione!... Beware!... Attention!... Cave!... O sea: ¡cuidado!... En la temporada de regalos un individuo fue a la tienda de departamentos. "Mi esposa necesita unos guantes" -le dice a la preciosa dependienta. Pregunta la muchacha: "¿Qué medida usa ella?". "No sé" -contesta el tipo. Le pide la guapa chica: "Ponga su mano sobre la mía, y dígame si más o menos es la medida". El tipo pone su mano sobre la mano de la muchacha y luego dice: "Ésa es justamente la medida. También necesita un brassiére"... Dos esquimales veían un antiguo ejemplar de la revista Playboy. Estaban vestidos con su parka de piel de foca, que los cubría herméticamente de la cabeza a los pies. Le pregunta uno con gran asombro al otro: "¿Quieres decir, Nanuk, que también nuestras mujeres tienen todo eso?"... Cuitlazintli, joven indio en edad de merecer, estaba en vísperas de casarse con Petlazulca, indita de muy buen parecer. Fue el muchacho al pueblo en día de mercado y vio una tela que le gustó para hacerse con ella un taparrabos. Pidió al marchante que le vendiera medio metro, suficiente para con él hacer la prenda, pero el hombre le dijo que la tela sólo se vendía por metro. Así, mal de su grado, el mancebo hubo de comprar el metro completo. De regreso en su casa cortó la tela en dos partes: con una se hizo el taparrabos, y guardó la otra parte para hacerse otro y estrenarlo el día de sus desposorios. Muy orgulloso salió luciendo la flamante cobertura, y fue a enseñarle el taparrabos a su novia. La halló en las afueras del lugar lavando ropa en la corriente de un arroyo. A todo correr fue hacia ella, pero en la prisa no se percató de que el taparrabos se había quedado atorado en la espinosa rama de una zarza, de modo que el desdichado llegó junto a su novia sin cosa alguna que le cubriera aquello que de consuno la moral y la civilidad demandan que se cubra. "Miri lo qui tengo, Petlazulca" -le dice con gran orgullo a la muchacha. Ella, de rodillas sobre el lavadero, volvió la vista y contempló lo que sus ojos de doncella jamás habían mirado. Con turbación apartó la vista y la fijó otra vez sobre la prenda que lavaba. "¡Que miri, li digu!" -repite él, imperativo. Ella, confusa y ruborosa, obedece la orden y mira de soslayo. Cuitlazintli, pensando en la calidad y color de la tela con que se había hecho el taparrabos, le pregunta a su novia: "¿Li gusta?". "Sí" -responde ella con timidez. Dice entonces el muchacho: "Y tengo medio metro más, p’al día que nos casemos"...