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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Timoracio, el hijo de don Poseidón, le dice un día: "Fíjese, ‘apá, que Susiflor, esa muchacha tan bonita que vive en frente de la plaza, me pidió que fuéramos solos, y en la noche, a pasear por las afueras del pueblo. Yo me negué, pues soy un caballero". Un día después el muchacho le cuenta a don Poseidón: "Fíjese, ‘apá, que Dulcilí, esa preciosa chica recién llegada al pueblo, me dijo que nos fuéramos al asiento de atrás de su automóvil. Yo no quise, pues soy un caballero". A la mañana siguiente Timoracio le cuenta otra vez a son Poseidón: "Fíjese, ‘apá, que doña Pompilia, esa señora tan atractiva que vive sola en su casa, me pidió que la visitara sin testigos. Yo me negué, pues soy un caballero”. Entonces don Poseidón saca la cartera y le da un billete a Timoracio. “Ve a comprar unas pacas de forraje” -le ordena. “¿Pa’ qué, ‘apá?” -pregunta el zagal. Y exclama don Poseidón, furioso: “¡Para que comas, grandísimo pazguato! ¡No eres un caballero: eres un burro!”... El cuento que ahora sigue es de color subido. No puede leerse sin escándalo; vulnera lo mismo a la pudicia que a la urbanidad. Así las cosas, las personas escrupulosas y educadas deben saltarse en la lectura hasta donde dice: “México no es una isla...”, etcétera... El encargado del censo llegó a una casa y tocó el timbre. Le abrió la puerta una mujer joven y atractiva, y el visitante procedió a interrogarla. “¿Nombre?”. Contesta ella: “Facilda Lasestas”. “¿Profesión?”. Responde la mujer lisa y llanamente: “P...”. Y pronuncia la palabra de las cuatro letras. El censador vacila. “Me temo -dice- que no puedo poner en mi hoja esa palabra”. Contesta la muchacha: “Es la más clara y más castiza que hay para nombrar mi profesión”. “Lo sé -reconoce el del censo-. Pero es palabra malsonante. Habrá que buscar otra”. “Entonces pon ‘prostituta’” -sugiere ella. “Tampoco ese vocablo me parece bien” -replica el joven. Pregunta ella: “¿Qué tal ‘call girl’?”. “Se oye mejor -dice muchacho-, pero en mis reportes no puedo usar palabras extranjeras”. “Bien -dice la mujer ya algo impaciente-. Entonces pon: ‘Recepcionista de aves’”. “Eso sí lo puedo poner -acepta el muchacho-. Pero ¿por qué ‘recepcionista de aves’”. “Bueno -explica ella-. Cuando una se dedica a esto recibe muchos pájaros”... México no es una isla. Quien ponga en duda esa declaración consulte un atlas o vea un globo terráqueo, y sabrá que lo que digo corresponde a la verdad: México no es una isla. En este mundo de hoy, globalizado, ya ni las islas siguen siendo islas. No puede hablarse ahora de economías locales; todos los países -aun los más poderosos, como Saltillo- están expuestos a influencias internacionales que ninguna frontera o ley proteccionista pueden detener. Inútiles son, por tanto, las manifestaciones contra la globalización. Eso es igual que protestar contra las mareas. E igual puede decirse en relación con el TLC, que es manifestación, entre otras, de esa tendencia globalizadora. Si no podemos frenar la globalización unámonos a ella. Aprendamos a evitar sus riesgos y a aprovechar sus beneficios. Lo demás se dará por añadidura... Jactancio, sujeto presuntuoso, alardeaba de su linaje en una fiesta. Dice: "Por mis venas corre sangre francesa, española, rusa, inglesa, italiana y portuguesa". Le pregunta muy cortés uno de los invitados: "¿Viajaba mucho su mamacita, joven?"... La guapa y curvilínea secretaria no estaba muy a gusto en su trabajo, de modo que se puso a buscar un nuevo empleo. Cuando lo halló fue con don Algón, su jefe, y le dijo de buenas a primeras: "Señor: acabo de encontrar una nueva posición". "¡Fantástico, Rosibel! -se alegra don Algón-. ¡Cierra la puerta y baja las cortinas!"... FIN.

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