Decía una señora: "Siempre soñé casarme con un John Wayne, y terminé casándome con un güe-yón"... Doña Pasita era una anciana linda y bondadosa, como de cuento de hadas. Caminaba encorvadita, doblada sobre sí misma, apoyándose penosamente con las dos manos en su pequeño bastoncito. Cierto día oyó decir que había llegado al pueblo un hombre que obraba curaciones milagrosas. Todos los vecinos le aconsejaron que fuera a visitarlo. Entró doña Pasita al cuarto donde atendía el taumaturgo, y unos minutos después salió caminando muy derechita, erguida y levantada. Todo el pueblo quedó maravillado al ver aquella mágica curación; en la comarca no se hablaba más que del gran prodigio. Alguien le preguntó a doña Pasita qué había hecho el sanador para lograr que caminara erguida. Contestó ella: "Me dio un bastón más grande"... Yo no profeticé que Hillary Clinton ganaría en New Hampshire, y ya lo vieron: ganó. Admiro grandemente a esa señora porque no ha hecho de su condición de mujer un instrumento para obtener ventaja o tratos especiales, y ni siquiera ha usado el feminismo como tema de su campaña. Ella ha llegado a donde está no por ser mujer, sino por ser quien es. Siempre me ha parecido absurda la postura de algunos grupos feministas que en México han logrado la entrega automática a las mujeres de una determinada cuota de cargos públicos y de representación. Eso es precisamente discriminar a la mujer; pues se le sujeta a una protección paternalista. ¿Por qué darle, digamos, el 17, 21 ó 34 por ciento de los puestos? ¿Por qué no el 50, o más, si se lo gana por sus méritos y esfuerzos? Se dice que la mujer pertenece en México a una categoría discriminada, y que por ello debe otorgársele esa dádiva. En ese caso atribúyase también un porcentaje de los puestos a los homosexuales, a los indígenas, a los discapacitados, a los pobres, a todos aquellos que por diversas causas sufren discriminación. El sexo debe servir para otra cosa, digo yo, no para conseguir chambas o una tajada en el reparto del pastel. Séame permitida una declaración final: tanto la mujer como el hombre han de fincar sus aspiraciones en su preparación, en su talento y en su dedicación, no en su entrepierna... Después de esta última frase, lapidaria y contundente, definitiva y concluyente, terminante y convincente, debo dar un respiro a la República. Para lograr tal fin narraré otros inanes chascarrillos, y luego pasaré a retirarme... Decía un individuo: "Creo que el sexo es una de las cosas más bellas, más sublimes, más plenamente humanas, más íntimas, más espontáneas, más naturales y más llenas de contenido espiritual entre todas las que pueden comprarse con dinero"... Libidiano Pitonier trabajaba en un restorán, y fue despedido del empleo. "¿Por qué?" -le preguntó un amigo. "Metí una mano en la lavadora de platos" -explica Libidiano. "¿Sólo por eso te corrieron?" -se indigna el amigo. "Sí -confirma Pitonier-. Y a la lavadora de platos la despidieron también"... Un trampero vivía, solitario, en su cabaña a la orilla del Arkansas. Después de muchos meses de soledad recibió la visita de un leñador, hombre de estatura descomunal, rudo y musculoso. Le dice el recién llegado: "Vengo a invitarte a una fiesta en mi campamento". "¡Fantástico!" -se entusiasma el trampero. Menciona el visitante: "Habrá mucho whisky". "Soy buen bebedor" -replica el otro. "Posiblemente surja alguna pelea" -le advierte el leñador. "No me preocupa eso" -contesta el trampero. "Y habrá sexo" -anuncia el individuo. Replica el trampero muy contento: "También para eso soy bueno". Dice el leñador: "Entonces andando". "Espera un momento -le pide el trampero-. No quiero ir con las manos vacías. Llevaré algo de comida. Dime: ¿cuántos vamos a ser en la fiesta?". Responde con voz gutural el gigantón al tiempo que esgrimía su hacha: "Nada más tú y yo"... FIN.