Don Algón había tenido en su pueblo un gran amigo. Se llamaba Leovigildo, pero todos lo conocían por Gildo. De él conservaba don Algón gratas memorias. En su recuerdo era Gildo un alegre y robusto mocetón que gustaba de amores y amoríos con las muchachas del lugar, cosa que a veces lo hacía reñir a puñetazos con los otros mozos, rivales suyos en el galanteo. También sabía beber Gildo, y cantar con guitarra los sones bravíos de la tierra. Don Algón había llegado ya a la edad de las nostalgias y la evocaciones. Quiso entonces visitar el añorado suelo en donde había pasado los días de su niñez y juventud. Quería, sobre todo, ver a Gildo, amigo el mejor que tuvo ahí, leal camarada de juegos y aventuras, compañero de inolvidables horas, a fin de evocar con él las inocentes travesuras infantiles, y luego los amores iniciales que ponen el tímido azul de la ilusión en el amanecer dorado de la vida (Esto último no es mío: es de Corín Tellado). Un buen día, pues, viajó a su solar nativo don Algón. Al llegar lo primero que hizo fue buscar a su viejo amigo, Gildo. Extrañamente nadie lo conocía; nadie le daba razón de él. Preguntó don Algón por Gildo en la tienda, en la presidencia municipal, en la parroquia... Todo en vano: ningún vecino lo recordaba; aquello era como si Gildo no hubiera vivido nunca en el lugar. Finalmente don Algón fue a la cantina. Los cantineros, pensó, suelen conocer a todo el mundo. Sin embargo el del pueblo tampoco se acordaba de Gildo. "¿Cómo era su amigo" -preguntó a don Algón. "Era alto -describió el visitante-; moreno; de aspecto viril. Tenía cabello negro, rizado; usaba bigotito. Vivía en una casa grande, blanca, frente a la plaza; donde hoy está una farmacia". "¡Ah, sí! -le dijo el cantinero-. Ya sé de quién me habla. Pero su amigo ya no es Gildo. Es Gilda". "¿Cómo?" -se desconcertó don Algón. "Sí -explicó el cantinero-. Ahora es gay. Tiene una estética o salón de belleza aquí, a la vuelta de la esquina. Si quiere vaya a verlo". Lleno de confusión y azoro don Algón encaminó sus pasos al lugar en donde el cantinero le había dicho que encontraría a Gildo. En efecto, bien pronto halló el local. Tenía un anuncio que decía: "Gilda’s". Vacilante, con inquietud, don Algón abrió la puerta. Lo que vio lo dejó azorado: en el otro extremo del local miró a su amigo. Nada había quedado de aquel robusto mocetón de recio porte masculino. En su lugar vio a una figura delicada, vestida con atuendo que tendía a lo femenino, maquillada con profusión y con cabellos pintados de estrepitoso rubio. Miró Gildo -o Gilda- al recién llegado; lo reconoció al punto; y antes de que el visitante pudiera abrir la boca le dijo Gilda -o Gildo- a don Algón: "¡Ni me digas nada, caón! ¡Prueba!"... Viene el relato a cuento porque ayer me desayuné con la noticia de que, al decir de algunos comunicadores, el tremendo Hugo Chávez es de doble ojal, como dicen en Venezuela, o, como decimos en México, bicicleto, que batea por los dos lados, o sea bisexual, alguien que gusta lo mismo de los hombres que de las mujeres. Luis María Ansón, ex director del periódico ABC, de Madrid, publicó un artículo en "La Razón" con este título: "Hugo Chávez: ¿gay de armario?". Por su parte un articulista cubano de sonoro nombre, Agapito Prieto, escribió a propósito del dictador: "Le gustan algo las nenas, pero los chicos lo animan también, y parece que le gustan más". En Venezuela mismo se han publicado cosas acerca de la supuesta bisexualidad del Presidente. Yo, por mi parte, me abstengo de comentar el caso, no sea que venga Chávez y me repita aquella frase: "¡Ni me digas nada, caón! ¡Prueba!"... FIN.