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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Tocqueville (Alexis Charles Henri Maurice Clérel de) coincide conmigo al decir que en los Estados Unidos se volvió a inventar la democracia. Es cierto: la antigua semilla de los griegos germinó en el nuevo continente no como efímera hierba que el sol de agosto agosta, sino como árbol de robusto tronco, ramaje umbrío y generoso fruto. (Esto último, desde donde dice "efímera", no es mío; es de Constancio C. Vigil). Muchos defectos y pecados tiene el país del norte. Aquéllos suele corregirlos con el tiempo; de los otros generalmente se arrepiente (del muro en la frontera va a arrepentirse un día). Pero tienen también los norteamericanos virtudes innegables. Nadie en el mundo, por ejemplo, hace un pollo dorado tan sabroso como el que hacen ellos. Otra cosa muy buena que tienen es la democracia. En eso nuestros vecinos son un modelo para el mundo. Recuerdo en este punto a mi abuelo materno, don José María. Era hombre de buen comer; gustaba de los recios manjares campiranos. Cuando el doctor del pueblo quiso imponerle un régimen alimenticio por algo que papá Chema llamaba "invención gringa", el colesterol, mi señor abuelo mandó al diablo la prescripción del médico. Dijo: "Más vale un año de chiles rellenos y no dos de atole blanco". Otra frase tenía el padre de mi madre a propósito de la comida. Solía decir: "De lo bueno, poco. Y de lo poco, mucho". En estos días el vaso de la democracia en los Estados Unidos está rebosando. ¿Quién iba a imaginar hace apenas unos cuantos años que habría alguna vez una elección interna en la que participarían al mismo tiempo una mujer y un afroamericano? Para los conservadores republicanos tal circunstancia podrá ser inquietante, pero para los liberales demócratas eso entraña una ardua decisión. Es como cuando en la mesa hay dos manjares igualmente atractivos y sólo se puede escoger uno de los dos. Aconsejo a quienes deberán optar entre Hillary Clinton y Barack Obama que no tomen en cuenta el criterio de género o de raza -cosas las dos accidentales-, sino el de méritos y capacidad. Y espero que esta vez sí escuchen mi recomendación. Los electores norteamericanos la desoyeron la pasada vez, cuando les advertí los riesgos de elegir a Bush el Pequeño. A pesar de mis admoniciones lo llevaron a la Casa Blanca. Vean ahora las consecuencias de su funesto error: guerra; terrorismo; desprestigio de los Estados Unidos en el mundo; recesión. ¡Eso les pasar por no oírme, y eso me pasa a mí por andar orientando repúblicas!... Astatrasio Garrajarra, ebrio consuetudinario, fue a comer a un restorán. Se le ofreció desahogar cierta necesidad menor, por lo que fue al baño. Entró por equivocación en el de damas, y empezó a hacer lo que tenía que hacer. Llegó una señora, y al verlo ahí prorrumpió enojada: "¡Oiga usted! ¡Esto es para las mujeres!". Replica Garrajarra con tartajosa voz: "¡Y esto también!"... El señor y su esposa se hallaban en la cama viendo una película en la tele. Apareció de pronto una candente escena de erotismo. El hombre, sin quitar la vista de la pantalla, le puso la mano en el muslo a su mujer; luego subió la dicha mano y le tentó el busto; la bajó luego para tocarle la cintura, y en seguida llevó la mano más abajo, a otra parte de mayor significancia. Ella se emocionó bastante, pues mucho tiempo hacía que su esposo no daba señas de sensualidad. Siguió él palpándola por todos lados, de modo que creció la excitación de la señora. De pronto el marido se vuelve a ella y le pregunta con impaciencia: "¿Dónde diablos está el control de la tele?". (¡Malajos! Aquellos roces, tocamientos, palpaciones, tientos, sobos y manoseos no eran de amorosa lubricidad, sino de prosaica búsqueda. Ya no se puede confiar en nadie)... FIN.

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