En la merienda de señoras una de ellas señaló con las manos el largo de un cojín que había comprado. Otra señora, distraída, le preguntó en voz baja, muy interesada: "¿Quién? ¿Quién?"... La Iglesia Monte Sory no tiene mandamientos: tiene 10 sugerencias, y tú sabes si las sigues o no... Llegó un individuo con el médico: "Doctor -le dice-, en ocasiones siento un leve mareo, y eso me preocupa". Inquiere el facultativo: "¿A qué atribuye usted ese problema?". "No sé, doctor -replica el hombre-. Mire usted: tengo una esposa muy sensual. Debo hacerle el amor tres veces diarias: por la mañana, después de comer y cuando vamos a la cama por la noche. Tengo también una secretaria voluptuosa: igualmente le hago el amor tres veces cada día: cuando llego a la oficina, antes de ir a comer y a la salida del trabajo. Y luego yo tengo mis propios impulsos de erotismo: me entretengo conmigo mismo también tres veces diarias. En la tercera vez siento ese leve mareo que le digo. ¿A qué se deberá, doctor?"... Yo digo que en buena parte la riqueza de los Estados Unidos se finca en tres palabras: "You are fired". "Está usted despedido". Existe en ese país, desde su fundación, una ética del trabajo, ética de raíz puritana, protestante. Pero tal principio ético va acompañado por una coacción: la posibilidad de usar la fuerza para incitar a la persona a observar esa ética o, en su caso, castigar su incumplimiento. Los norteamericanos tienen en el "You are fired" el impulso mejor para el trabajo, y el castigo mayor para la pereza o la irresponsabilidad. En efecto, quien quiere conservar su empleo debe rendir cada día una jornada honesta y efectiva de trabajo, pues en caso contrario su patrón podrá echarlo a la calle con esas tres simples palabritas. En México, en cambio, quien contrata a un empleado o trabajador parece que se casa con él. Despedir a alguien es casi tan complicado -y tan costoso- como divorciarse. Hay que pagarle al mal trabajador para que se vaya. Eso explica por qué en el terreno laboral es donde florece la mayor corrupción abogadil. Hay rábulas que encuentran en "la defensa del trabajador" campo propicio para esquilmar lo mismo al patrón que hizo el despido que al empleado a quien despidió. Una legislación paternalista, so pretexto de remediar los excesos del liberalismo -excesos, por lo demás, reales y verdaderos-, convirtió al trabajador en una especie de menor de edad sujeto a la tutela del Estado, y al protegerlo, igualmente con exceso, hizo de México uno de los países menos productivos y con una de las más bajas culturas laborales en el mundo. El mismo trabajador es el mayor perjudicado por esa viciosa situación. A ella debe atribuirse en gran medida la falta de empleos: el empresario mexicano, y más aún el extranjero, la piensan dos veces antes de crear aquí una fuente de trabajo, pues conocen muy bien los riesgos que derivan de esa excesiva protección al trabajador. Eso explica también la baratura de la mano de obra mexicana: el empleado hace como que trabaja, y el empleador hace como que le paga. Todo esto no cambiará sin una reforma laboral a fondo, y sin una nueva cultura laboral. Mientras eso no se haga México seguirá ligeramente jodidísimo. (El director del periódico lee lo anterior y le dice inmediatamente al columnista: "You are fired!")... Platicaban tres amigos. Uno dijo que conocía un bar donde en la hora feliz daban tres copas por el precio de una. El segundo dijo que conocía un bar donde por cada copa que el cliente pagaba tenía derecho a otra de cortesía. El tercer tipo dijo que conocía un bar donde todas las copas eran gratis, y al final podías tener sexo en el estacionamiento. "¡Fantástico! -exclaman los otros con asombro-. ¿Has estado en ese bar?". Responde el tipo: "Yo no, pero mi esposa sí"... FIN.