Brevísima descripción del matrimonio. Al principio: "¡No acabes!". Y después: "No empieces"... Los siete enanitos de Blanca Nieves consiguieron ser recibidos por el Papa en Roma. Tontín se adelanta hacia el Pontífice y le pregunta: "Perdone usted, Su Santidad: ¿en Roma hay monjas enanas?". "No, hijo mío -responde Benedicto-. No hay en Roma monjas enanas". Vuelve a inquirir Tontín: "Y en algún lugar de Italia, Santo Padre, ¿hay monjas enanas?". "No, hijito -repite el sucesor de San Pedro-. En ningún lugar de Italia hay monjas enanas. De hecho, en ningún lugar del mundo hay monjas enanas". Al oír aquello los otros seis enanitos rompen a cantar alegremente a una voz: "¡Tontín se tiró a un pingüino! ¡Tontín se tiró a un pingüino!"... Leí en mi primera juventud -en la segunda estoy ahora- "Moby Dick", la magna obra de ese hombre misterioso llamado Herman Melville. La leí como se lee una novela: ignoraba yo entonces que ese vasto relato es en verdad un tratado de teología. Tan honda impresión me causó el libro que me propuse conocer algunos de los lugares donde el autor sitúa la trama. La vida me permitió cumplir ese propósito. En la Universidad de Indiana pedí hacer mis prácticas de periodismo en New Bedford, Massachusetts, antiguo puerto ballenero. Por cortesía del "Standard-Times", y con la guía de mi amigo Elmer Rodrigues, de tradición marina portuguesa, estuve en Martha’s Vineyard y en Nantucket, donde todavía late el espíritu de aquellos navegantes que perseguían a los amables monstruos, las ballenas, por todos los rumbos de los siete mares. En los tiempos de Melville la caza de la ballena se justificaba: el aceite que de ella se obtenía alumbraba la noche de los hombres, y de sus barbas se hacían las varillas para el corsé de las mujeres. Ahora ya no se justifica la persecución de las hermosas criaturas, tan acosadas que bien podrían desaparecer, dejando sólo el recuerdo de su grandeza y majestad. Los principales perseguidores de las ballenas son hoy los japoneses. Las cazan con desprecio de los acuerdos internacionales que se han hecho para proteger a los cetáceos, y sin oír el clamor universal que pide el cese de esa inmisericorde cacería, hecha en la actualidad con uso de técnicas letales que no dan oportunidad alguna de salvación a las ballenas. Desde aquí hago un enérgico llamado a Tokio a fin de que ordene la inmediata suspensión de ese crimen contra la vida, contra la naturaleza, contra nuestro planeta. Los menguados recursos que hoy se obtienen al matar ballenas no compensan el tremendo desprestigio mundial que está cayendo sobre Japón con motivo de esa depredación irracional. Y más no digo, porque ya estoy muy encaboronado. Es más: ahora mismo voy a tirar a la basura una cámara japonesa que me regalaron, y que por cierto me salió muy mala... Llegó Pepito a un burdel, ramería, lupanar, casa de putaísmo o mancebía. Llevaba en las manos una ranita aplastada. Le dice el chiquillo a la dueña del establecimiento: "Quiero estar con una muchacha que tenga alguna enfermedad venérea". Responde la mujer: "Con ninguna puedes estar: eres un crío. Pero, dime: ¿por qué quieres estar con una muchacha que tenga alguna enfermedad venérea?". Explica Pepito: "Le haré el amor y adquiriré el contagio. Mañana mis papás irán al cine. Yo me quedaré con la muchacha que me cuida; le haré el amor, y ella también adquirirá el contagio. Cuando mi papá la vaya a dejar a su casa le hará el amor y adquirirá el contagio también. Luego mi papá le hará el amor a mi mamá, y ella igualmente adquirirá el contagio. Después mi mamá hará el amor con el chofer. ¡Y él fue el caón que atropelló a mi rana!"... FIN.