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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

En el departamento de carnes del supermercado doña Jodoncia le pidió al encargado que le mostrara un pollo. El hombre le dio uno, y doña Jodoncia procedió a examinarlo. Le olió abajo de un ala, abajo de la otra, abajo de una pierna y abajo de la otra. Y ya iba a olerle otra parte cuando el carnicero, molesto, le preguntó: "Señora: ¿pasaría usted ese examen?"... Defender en cualquier modo a las empresas tabacaleras equivale a dar protección a quienes por dinero dañan la salud de la gente, y la matan. Parece drástico decir tal cosa, pero la afirmación no es excesiva. En efecto, los fabricantes de cigarrillos saben bien -y sin ninguna duda ya- que el tabaco es causa directa de enfermedades graves, y de muerte. A pesar de saber tal cosa, y de saberla desde hace mucho tiempo, esos empresarios sin conciencia han seguido poniendo en el mercado sus letales productos. Los legisladores mexicanos están actuando bien al limitar la publicidad que se hace a los cigarros. Ni siquiera en nombre de la libertad de decidir puede admitirse esa insana propaganda: también cada persona puede optar entre suicidarse o no, pero nadie permitiría que alguien difundiera anuncios en los que se incitara a la gente a cometer suicidio. Ojalá no prosperen los cabildeos que hacen las poderosas empresas del tabaco para que se les permita seguir anunciando sin mayores restricciones sus productos, que traen consigo enfermedad y muerte. Quienes desde algún puesto de representación o autoridad se ponen del lado de aquéllos a quienes nada importan la salud y la vida de los demás con tal de obtener lucro, aparecen tan irresponsables y tan poco éticos como ellos... En este espacio he relatado cuentos de subido color y cuentos de muy subido color. El que ahora sigue es de subidísimo color. Doña Tebaida Tridua, de la Pía Sociedad de Sociedades Pías, leyó este chascarrillo y sufrió un grave episodio de estipsis, obstipación o coprostasis, nombres con que la ciencia médica designa a lo que popularmente se conoce como estreñimiento. Más de una semana estuvo la ilustre dama con esa insólita apretura, sin poder ir al común o evacuatorio, y sólo la enérgica administración de una serie de poderosos emolientes la hicieron volver a su ser natural, a más de un clister, enema, ayuda o lavativa de borraja (Borrago officinalis) con aceite de hígado de halibut. Advierto lo anterior a mis cuatro lectores a fin de no exponerlos al evidente riesgo que deriva de la lectura de esa impudente narración... Llegó un individuo con el odontólogo y le pidió que le extrajera una muela que le estaba causando dolores acerbísimos. El médico observó la pieza y concluyó que, en efecto, no había otro remedio que sacarla. Hizo que el hombre se sentara en el sillón y se dispuso a llenar una jeringa. "¿Qué es eso?" -se inquietó el tipo. "Voy a aplicarle una inyección anestésica" -respondió el facultativo. "¡No lo haga! -suplicó, aterrado, el individuo-. ¡Las agujas me causan miedo pánico!". "Entonces -indica el odontólogo- le administraré un gas anestesiante". "¡No, por favor! -clama con espanto el otro-. ¡Desde que mi bisabuelo estuvo en la Gran Guerra (1914-1918), y recibió en las trincheras gases asfixiantes, soy alérgico a toda clase de gases!". "En ese caso -declara el odontólogo- le daré una pastilla". Y así diciendo trajo una de color azul. "Oiga, doctor -dice el paciente-. Soy de Saltillo, y ahí no necesitamos jamás esas pastillas; pero sé que es Viagra. ¿Acaso el Viagra tiene efectos anestésicos?". "No -replica el facultativo-. Se lo voy a dar para que tenga algo de dónde agarrarse cuando le saque la muela"... FIN.

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