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DE POLÍTICA Y COSAS PEORES

ARMANDO CAMORRA

Simpliciano, joven inocente, hizo el amor con Pirulina. Al final del trance le pregunta ella: "¿Te gustó?". Responde Simpliciano, extático: "¡Es el momento de mayor felicidad que en toda mi vida he disfrutado!". Ofrece Pirulina: "¿Te gustaría repetir?". "Sí -dice Simpliciano-. ‘¡Es el momento de mayor felicidad que en toda mi vida he disfrutado!’"... Aquel sujeto entró a una cantina, se sentó frente a la barra y le pidió al cantinero: "Deme un tequila doble, por favor". Pregunta el hombre. "¿De cuál le sirvo?". El recién llegado toma una hoja de papel y escribe: "Soy sordo. Póngame por escrito lo que me quiera decir". Escribe el cantinero: "Siento mucho su discapacidad, señor. ¿Desde cuando es usted sordo?". Contesta el tipo, hablando: "Desde hace 10 años. Un médico me dijo que volvería a oír si dejaba de beber. Y, en efecto, por un tiempo dejé de beber, y oía perfectamente". Escribe el cantinero: "Y entonces ¿por qué ha vuelto a beber?". Responde el sujeto: "Porque me gustaba más lo que bebía que lo que escuchaba"... En la zapatería pregunta Babalucas: "¿Tienen zapatos de cocodrilo?". El encargado le muestra un par. Y dice Babalucas: "Deben ser cuatro ¿no?"... Un individuo llegó a cierta casa de mala nota y solicitó los servicios de alguna de las señoras que ahí laboraban. "Dispuesto estoy -dijo- a pagarle en modo generoso; pero debo advertirles que soy practicante del sadismo: me gusta infligir dolor a mi pareja como medio para obtener satisfacción sexual. He aquí mis instrumentos de placer". Así diciendo abrió la tapa de una caja en la cual llevaba una nutrida colección de azotes, cintos, correas, chicotes, disciplinas, flagelos, fuetes, fustas, látigos, rebenques, trallas, verdugos, vergajos y zurriagos. Al ver aquellos crueles objetos de tortura las mujeres retrocedieron con expresión de espanto. Todas al mismo tiempo se llevaron el dorso de la mano a la frente, y dijeron al unísono: "¡Oh!", como Fay Wray en "King Kong" (1933) cuando vio por primera vez al monstruo. Sólo una no retrocedió. Avanzó valerosamente e hizo una pregunta que venía mucho al caso: "¿Cuánto pagas?". "Diez mil pesos" -dijo el hombre. La mujer pensó que con esa cantidad podría comprarse aquella bolsa de marca que había visto en una tienda de departamentos, y que ninguna de sus compañeras tenía, de modo que se irguió a la manera de Juana de Arco ante las murallas de Orléans y pronunció esta definitoria frase: "Aquí yo mera". Ipso facto el sujeto le hizo entrega de diez billetes de mil pesos. Declaró: "Como caballero y hombre decente que soy, pago por adelantado". Seguidamente tomó su caja con el mismo cuidado con que un virtuoso del violín toma el estuche de su Stradivarius, y junto con la mujer se encaminó a una de las habitaciones de la mancebía. Entraron ambos, y el individuo cerró la puerta tras de sí. Las daifas se arremolinaron frente al aposento en espera de los sucesos que en su interior ocurrirían. Al principio no escucharon nada. De pronto, sin embargo, oyeron los gritos de dolor de la mujer, seguidos por tremendos alaridos y ululatos; luego por fuertes clamores y gemidos, y finalmente por débiles ayes y lamentos. Se abrió la puerta y salió el protervo individuo. Se veía muy satisfecho, como quien ha saciado plenamente un lúbrico y morboso deseo pasional. Llevaba consigo su caja de torturas. Sin decir una palabra abandonó el local. Se precipitaron las mesalinas al interior del cuarto. Tendida en el suelo vieron a su compañera. Estaba exangüe, lacerada, dolorida; mostraba en la espalda y al fin de ella las señas sangrantes de la azotaina. Le pregunta una de ellas, consternada: "¿Te golpeó mucho, amiga?". Responde con voz feble la infeliz. "Hasta que le devolví los 10 mil pesos"... FIN.

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