Afrodisio Pitongo, galán concupiscente, le pidió a Dulcilí, muchacha ingenua, que le entregara la joya de su virginidad. "Podrás conservar el estuchito" -le dijo cual si le hiciera un gran favor. "No puedo -opuso ella-. Quebrantaría el sexto mandamiento". "¿Y qué? -replica el labioso galán-. Todavía te quedarían otros nueve"... Ante el consejero matrimonial se quejó el esposo: "Anoche mi mujer me hirió con palabras". Pregunta el consejero: "¿Qué le dijo?". "Nada -aclara el lacerado-. Me aventó a la cabeza un diccionario"... Sonó el timbre de la puerta, y la señora de la casa fue a abrir. Afuera estaba un hombre. Sin más ni más le pregunta a la mujer: "¿Sabe usted follar?". Ella, al mismo tiempo asustada y ofendida, cerró la puerta con premura. El día siguiente, a la misma hora, volvió a sonar el timbre. Abre la puerta la señora, y ahí estaba otra vez el individuo. Le espeta de nuevo a la mujer: "¿Sabe usted follar?". Ella, indignada, le dio otra vez con la puerta en las narices. Esa noche la señora le contó a su marido lo que le había pasado. El tipo furioso, dijo amenazante: "¡Le daré una lección a ese imbécil! ¡Bien se ve que no conoce la decencia! ¡Ignora que a una esposa se le debe respetar, y que el matrimonio es una institución sagrada! Mañana, cuando ese bribón venga y te pregunte: ‘¿Sabe usted follar?’, dile que sí, e invítalo a pasar. Adentro se topará conmigo, y no voy a dejarle hueso sano". Al siguiente día, en efecto, llegó de nueva cuenta el hombre. El marido se puso atrás de la puerta, armado con una fuerte cachiporra. Abrió la señora. El tipo, como las veces anteriores, le pregunta: "¿Sabe usted follar?". "Sí -responde la señora según las instrucciones de su esposo-. Pase usted". "No es necesario -replica el individuo-. Si sabe follar, por favor, folle con su marido, a ver si ya deja en paz a mi mujer"... La verdad, a mí no me sorprendió el anuncio que sobre su retiro hizo Fidel Castro. Lo cierto es que el dictador se quita para no quitarse. Transmite a su hermano el poder cuando él todavía está presente y tiene la fuerza necesaria para impedir cualquier asomo de disidencia que pudiera derivar de la transición. Así las cosas, con ese cambio nada va a cambiar. Para los cubanos que viven en la isla Fidel ha sido un dios. Raúl, modesto apóstol, no podrá quitarle ni el punto a la i del nombre de esa divinidad, so riesgo de ser tildado de reformista, y hasta de traidor a la Revolución. Dicho de otra manera, Fidel seguirá gobernando después de retirado, y aun después de muerto, si se decide a dejar el mundo durante el mandato de su hermano. Será hasta que termine esta especie de regencia de Raúl cuando los cubanos podrán aspirar quizás a un cambio que mejore las duras condiciones en que han vivido desde que Castro cambió la dictadura de Batista por la suya propia. No sé si el tiempo me dará la razón. Si no, ya me las entenderé yo con el tiempo... El hombre era delgado, enjuto, desmedrado, escuálido, flaco, desecado, macilento, magro y escuchimizado. Parecía figura de Giacometti. La mujer, en cambio, semejaba escultura de Botero: era voluminosa, gorda, mantecosa, atocinada, corpulenta, carnosa, rolliza, amondongada y adiposa. La singular y disímbola pareja estaba haciendo el amor -él sobre ella, claro, pues lo contrario habría sido suicida-, cuando de pronto dijo el enteco galán: "Voy a apagar el foco del techo". "¿Por qué? -pregunta con tono ofendido la rechoncha-. ¿No quieres ver mis lonjas?". "No es por eso -explica el alfeñique-. Lo que pasa es que me está quemando las pompas"... (Nota: tendido sobre aquel Everest de carne el infeliz llegaba hasta el techo de la habitación. Y el foco era de 120 watts)... FIN.